• ¿Podemos cambiar nuestro metabolismo?

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    El Autor

    Francisco Botella Romero

    Jefe de Servicio de Endocrinología y Nutrición

    El metabolismo, que podríamos definir como el conjunto de todas las reacciones químicas que tienen lugar en nuestro organismo, es uno de los términos de los que más se ha abusado en los foros relacionados con la salud o el bienestar hasta el punto de convertirlo en una palabra carente de significado real. Es más, multitud de personas creen que su metabolismo está alto o bajo de la misma manera en que son rubias o morenas o tienen la nariz grande o pequeña.

    Vayamos por partes. Si el metabolismo son reacciones químicas, ¿dónde tienen lugar?: en cada una de nuestras células. Por tanto, será del número de células que tengamos funcionando (lo que conocemos como Masa Celular Activa) sobre el total de nuestro peso corporal, lo que determinará nuestra tasa metabólica.

    Como todo en la vida, el metabolismo tiene dos caras. Una son las reacciones químicas que precisan energía (necesaria para trasportar sustancias de una parte a otra, para crecer, para mantener la temperatura corporal, para respirar, para que nuestro corazón pueda latir, para movernos, etc)  y que determinan el gasto energético. Por otro lado, hay reacciones químicas que nos aportan energía, como son todas las que tienen que ver con el uso por las células de lo que llamamos nutrientes energéticos (hidratos de carbono, grasas y proteínas principalmente). Del balance entre una cara y la otra  dependerá que nuestro peso cambie o permanezca estable (como la cuenta corriente de un banco).

    De esta manera, podemos deducir fácilmente que un niño (en relación a su tamaño corporal) tendrá un gasto energético mucho mayor que un anciano (ya que el número de células activas en relación a su peso es mayor) y que una persona de 90 kg obesa tenga un gasto bastante menor que un jugador de balonmano de su misma talla y peso como consecuencia de su importante desarrollo muscular (el tejido muscular tiene muchas más células activas que el tejido adiposo). Incluso aunque ambos estuvieran en reposo. Lógicamente, el ejercicio físico implica más gasto de energía (y por lo tanto activación celular) y estímulo para que nuestros músculos se desarrollen (y por lo tanto que tengamos más células activas).

    Con estas premisas, creo que ya podemos contestar a la pregunta inicial. ¿Qué se puede hacer para mantener el ritmo del metabolismo y que no se ralentice con la edad? En teoría es muy fácil: manteniendo nuestra masa celular activa. ¿Cómo? Estimulando a nuestros músculos con la práctica de ejercicio regular y evitando el acúmulo progresivo de tejido menos activo (grasa).

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    Diferentes estudios científicos han demostrado que evitar el descenso en el gasto energético a medida que vamos cumpliendo años está íntimamente relacionado con los cambios en nuestra composición corporal y éstos vienen determinados por dos factores: Una alimentación saludable para evitar el aumento de peso paulatino que suele acompañar a los años (en este sentido quizás no deberíamos hablar de “la curva de la felicidad”, sino más bien de “la curva de la fatalidad”) y una vida activa en el que consideremos al ejercicio como uno de los actos proactivos que más pueden dar años a la vida y añadir más calidad de vida a nuestros años.

    En resumen, ¿podemos cambiar nuestro metabolismo? La respuesta es: cuantitativamente, sí. Unos músculos sanos y potentes junto con una alimentación saludable pueden determinar nuestra calidad de vida a medida que nos hacemos mayores, probablemente mucho más que el mejor plan de pensiones. Pensemos en tres situaciones muy frecuentes que son causa de mucho sufrimiento con el paso de los años. Una persona anciana, desnutrida por múltiples causas (ha perdido sus piezas dentarias, tiene dificultades para tragar, presenta cierto deterioro cognitivo, vive solo, etc) es más probable que ante un traspiés se rompa la cadera que si tuviera una alimentación saludable y realizara actividad física de forma regular (aumentando su ingreso y su gasto energético). Otro caso, una persona obesa y fumadora suele presentar problemas respiratorios.

    La presencia de una musculatura respiratoria (diafragma, músculos intercostales, etc) potente puede determinar que tarde más o menos en precisar oxígeno domiciliario. Evitar la obesidad, con una alimentación sana baja en calorías y realizar ejercicios para potenciar sus músculos (cambiando por tanto su actividad metabólica) conseguirá, con toda seguridad, mejores resultados que todo el arsenal farmacológico disponible. Por último, un problema tan frecuente como la osteoporosis y que ocasiona un gasto farmacéutico muy importante, en ocasiones con indicaciones discutibles, puede prevenirse con una alimentación saludable (vamos a olvidar ya la palabra “equilibrada” que es un término hueco, cuando lo aplicamos a una persona concreta) y andando un buen rato cada día con un bolso o mochila pequeños a su espalda.

    Pensemos que la osteoporosis no es por sí misma un problema, el problema es que aumenta del riesgo de fracturas; y que si la parte activa de nuestros huesos (pues sí, los huesos también tienen células activas) y sobre todo los músculos que los rodean están fuertes y estimulados (metabólicamente activos)  nuestra salud, nuestro bolsillo y las arcas del sistema público de salud nos lo agradecerán.