• ¿Qué hace un médico en una excavación?

    El Autor

    José Joaquín Alfaro Martínez

    Servicio de Endocrinología y Nutrición del Complejo Hospitalario Universitario de Albacete

    Este verano he tenido la oportunidad de participar en las excavaciones arqueológicas que, por segundo año consecutivo, se han desarrollado en el castillo de Peñas de San Pedro. A pesar del esfuerzo que pueda parecer estar a diario, en mis vacaciones, a las ocho de la mañana en lo alto de la fortaleza, o mover carretillas cargadas de tierra a medio día en plena ola de calor, ha sido una experiencia insuperable: tener en la mano fragmentos cerámicos que el alfarero moldeó hace más de dos mil años, ver cómo surgen del suelo los muros y el pavimento de casas donde hace siglos se nacía, se vivía y se moría, o encontrar la modesta joya con la que un día enterraron a una mujer, y pensar en la emoción que debió experimentar cuando la recibió como regalo, son sensaciones difíciles de describir.

    Pero además la experiencia me ha servido para comprobar cómo el conocimiento humano, aunque por razones prácticas lo hayamos segmentado en Ciencias y Letras, en Artes y Técnicas, y dentro de cada una de estas en parcelas cada vez más pequeñas, es algo eminentemente transversal en la que todo esta conectado con todo y nada puede sernos ajeno, por más que tengamos más o menos afinidad por diferentes parcelas de este saber humano.

    En un análisis superficial podría pensarse ¿pero qué tiene que ver la Medicina con la Historia? ¿acaso pueden verse los fragmentos de historia sacados por los arqueólogos (o por el médico metido a ayudante de arqueólogo) con “ojos de médico”? O, en sentido contrario, ¿qué interés puede tener para el historiador el saber médico o biológico? Sin embargo, las relaciones entre uno y otro campo del conocimiento son innumerables.

    Por mis manos han pasado decenas de huesos de individuos que vivieron en el castillo de las Peñas de San Pedro durante la Edad Moderna, algunos quizá antes, y aunque mis conocimientos de osteología o de patología ósea son limitados (me he asustado al calcular cuántos años hace que yo estudiaba en el Gray de Anatomía) he podido comprobar cómo la mayoría de los restos pertenecían a sujetos jóvenes, muchos infantiles,  siendo escasos los huesos de ancianos o con signos de artrosis, lo que nos indica una elevada mortalidad infantil y juvenil. No he visto ni un solo diente con caries, aunque la mayoría de las dentaduras presentaban sarro, lo que nos habla de una dieta pobre en azúcares refinados, aunque la higiene oral no fuera óptima. No he encontrado signos de enfermedades como la tuberculosis vertebral o la espondilodiscitis por Brucella, no se si por no presentarlas los sujetos cuyos restos he visto o por falta de conocimientos para apreciarlos.

    En un sentido más amplio y  no referido ya a las excavaciones en un lugar concreto, conocer cómo vivían y como comían nuestros antepasados en el Paleolítico, la enorme transformación que supuso la aparición de la agricultura y la ganadería durante el Neolítico, o más recientemente la Revolución Industrial y la Revolución verde, nos permite explicar la enorme prevalencia en nuestro tiempo de enfermedades como la diabetes mellitus tipo 2, la hipertensión arterial o la obesidad, y apuntar posibles estrategias para reducir su impacto.

    Así, si vemos la Historia no como una disciplina que se dedica únicamente a enumerar sucesos que ocurrieron en el pasado, sino que también los interpreta y pone de manifiesto que somos lo que somos porque nuestros antepasados fueron lo que fueron, o mejor en palabras de Cervantes, si entendemos que “la historia es émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso del presente, advertencia de lo por venir”, entonces el historiador tiene mucho que decirle al médico, y viceversa.

    No descubro, al poner de manifiesto las relaciones de la Medicina con otras ramas del saber, nada extraño a nuestra profesión. Ya Gregorio Marañón, de quien tuve la oportunidad de escribir en este mismo medio, supo ver la Medicina con ojos de historiador y la Historia con ojos de médico. Quizá a esto se refería el controvertido catedrático de Patología General de la Universidad Central de Madrid, en pleno siglo XIX, don José de Letamendi, cuando decía que “el que sólo sabe de Medicina ni de eso sabe”, o más recientemente el albaceteño José Luis Cuerda, en su genial película Amanece, que no es poco, cuando uno de los personajes afirma que “a […] los médicos se les reconoce una formación humanística muy por encima de la de los demás científicos”.