• Cuando el VIH también afecta a la salud mental

    La Sociedad Española Interdisciplinaria del Sida (SEISIDA) celebra en Bilbao en su XX Congreso Nacional sobre el Sida e ITS. En él, los expertos han puesto de relieve la necesidad de abordar la salud mental de las personas con VIH.

    Abordar la salud mental de las personas con VIH

    La salud mental es uno de los problemas más importantes al que se enfrentan las personas con VIH. Y, además, es un problema que nunca se ha tomado suficientemente serio, denuncia Jeffrey Lazarus, del Instituto de Salud Global de Barcelona, “en parte porque los esfuerzos estaban en diagnosticar y tratar a las personas que lo necesitaban”.

    Y además, hay otra cuestión que dificulta la identificación de la salud mental. Señala Lazarus que es posible que los profesionales en el campo de las enfermedades infecciosas “no sean las personas más adecuadas, porque lo que hace falta una derivación a especialistas  en salud mental, y no todos los centros tienen expertos en este campo”.

    No olvidar la cronicidad

    Asimismo, apunta Rodrigo Oraa, del Servicio de Adicciones de la Red de Salud Mental de Bizkaia, (Osakidetza – Servicio Vasco de Salud), la cronicidad del VIH hace cada vez más relevante la importancia de la salud mental al considerar la calidad de vida de las personas con VIH.

    “Cuando nos referimos a salud mental tenemos que verla como un continuo. Simplificando mucho, el estado de salud mental es un equilibrio entre las capacidades de afrontamiento que tiene una persona, y la situación que está viviendo en ese momento. Ahí influyen los determinantes personales, biográficos, sociales, la enfermedad… En los momentos de malestar las capacidades de adaptación se ven desbordadas por las exigencias de las situaciones vitales. El equilibrio puede recuperarse mejorando estos estresores y reforzando los apoyos”, explica.

    Oraa apunta que las necesidades de las personas con el VIH pueden ser muy variadas. “Algunas se situarán en un extremo, con adicciones y otros trastornos mentales, y posiblemente requerirán un abordaje especializado, que puede incluir tratamientos psicofarmacológicos y psicoterapéuticos”.

    La cronicidad del VIH ha traído consigo nuevos retos para la salud de los pacientes como son una mayor carga de enfermedad (comorbilidades) y tratamiento (polifarmacia), y para la atención médica que reciben, mayor complejidad clínica y mayores necesidades asistenciales, asegura Juanse Hernández, del Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH (gTt-VIH). “El estigma y la discriminación, en sus diferentes manifestaciones, continúan siendo un motivo adicional de sufrimiento para las personas con VIH y una de las principales barreras para prevenir y tratar esta infección”.

    Objetivo: calidad de vida

    Todas estas circunstancias impactan en el bienestar por lo que, en la actualidad, nadie cuestiona que mejorar la calidad de vida sea el objetivo a alcanzar en el cuidado de las personas con el VIH y que la respuesta médica a esta infección se acompañe de una respuesta basada en derechos humanos que garantice la no discriminación y la igualdad de trato.

    Hay factores relacionados con las enfermedades mentales, como situaciones de estrés, baja autoestima, ansiedad o depresión, que hace que esa calidad de vida sea inferior a la del resto de la población, indica Alicia González Baeza,Profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid.

    La experta se ha referido a los estresores asociados al proceso de vivir con VIH. Es decir, a los efectos que tiene el propio VIH en el sistema nervioso central o de los tratamientos. Hay que contemplar, dijo, ”factores tan relevantes como el impacto del diagnóstico, la discriminación y el estigma, las expectativas de rechazo, el propio estigma internalizado que interfiere en el día a día y relaciones sociales, las preocupaciones por no tener cura, por posible transmisión sexual, por adherencia, complicaciones médicas, cambios imagen corporal”.

    Sin embargo, el actual modelo de atención del VIH –centrado en la enfermedad y en los servicios– presenta limitaciones para alcanzar el objetivo de mejorar la calidad de vida de los pacientes.

    Por una atención integral

    Desde la Unión Europea, dice Lazarus, y a través del proyecto HIV Outcomes, se está trabajando en implementar y desarrollar modelos de atención integral y centrados en la persona, que pueden mejorar las necesidades de salud mental.

    En cuanto a las intervenciones para abordar este importante problema, González Baeza, señala que debían de ser de diferentes tipos: Preventivas, para “reducir barreras y estresores, y acompañar y fomentar estrategias adaptativas”; para la detección de problemas de salud mental, “con el fin de intervenir lo antes posible”; psicológicas individualizadas, “centradas en acontecimientos vitales estresantes, regulación emocional y estrategias de afrontamiento, y por último,  a través de grupos terapéuticos basados en intervenciones coordinadas, y combinadas…”.

    La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que la estrategia de la atención integral y centrada en la persona debe ser el eje para mejorar los servicios de salud y de cuidados de larga duración. Esta estrategia, señala Hernández, se organiza en torno a las necesidades de salud y las expectativas de las personas, las corresponsabiliza en el cuidado de la propia salud y la involucra en el proceso de toma de decisiones.

    Para Oraa, estos modelos de continuidad asistencial relacional son “lo opuesto a la tendencia actual en que los profesionales de la salud cambian frecuentemente y los usuarios no pueden identificar un referente con quien compartir las preocupaciones”. Oraa advierte que no hay “conversaciones con continuidad, que permiten actuar en la salud mental desde la prevención, la adopción de hábitos saludables, anticiparnos a la fragilidad propia del envejecimiento acelerado… Y cuando se presentan crisis, conocer los determinantes del malestar, y buscar soluciones concretas”.

    La no continuidad asistencial relacional, explica, favorece soluciones farmacológicas, frecuentemente con medicaciones ansiolíticas e hipnóticas, que a la larga pueden ser perjudiciales. Quizás una postura intermedia entre ambos extremos puedan ser intervenciones análogas a la figura de la psico-oncología, apunta Oraa.

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