La tuberculosis génitourinaria supuso hasta la llegada de los actuales tuberculostáticos a mediados de los años sesenta del siglo pasado, uno de los capítulos más importantes de la práctica urológica habitual. La propia aparición de la Urología como especialidad y la Cirugía Urológica, no se entiende sin la existencia de la tuberculosis génitourinaria. A ella le debe gran parte de su identidad y multitud de procedimientos quirúrgicos. Capítulos enteros como el uso del intestino en cirugía urológica con sus actuales aplicaciones en la oncología urinaria, son fruto de los esfuerzos encaminados a solucionar la destrucción del sistema hueco renoureteral o la retracción vesical.
La tuberculosis es una enfermedad infecciosa causada por alguna de las bacterias pertenecientes al complejo del Mycobacterium tuberculosis (apariencia de hongo-bacteria). Su localización clásica es la forma pulmonar incluyendo la pleura aunque en un porcentaje variable, situado en un tercio de todos los casos, afecta a otros órganos dando origen a las denominada formas extrapulmonares. Entre estas el compromiso del aparato génitourinario suele ser uno de los más frecuentes, muy próximo al sistema linfático y por delante del óseo constituyendo la denominada tuberculosis génitourinaria. La tuberculosis renal representa entre 3%-10% de todos estos procesos específicos. Con igual frecuencia incide la tuberculosis genital masculina (epididimitis y prostatitis).
A partir de los años sesenta del siglo XX la tuberculosis en general y la génitourinaria en particular comenzó a decaer y su aparición se convirtió en anecdótica perdiendo protagonismo en todos los foros urológicos. Actualmente constituye un diagnóstico poco frecuente, probablemente mal conocido por los urólogos jóvenes y con presentaciones muy distintas de las que tenía en su época de esplendor, aunque en modo alguno es una patología inexistente en nuestro medio. Esto es lo que le confiere su interés e importancia relativa.
A partir de los años sesenta del siglo XX la tuberculosis en general y la génitourinaria en particular comenzó a decaer y su aparición se convirtió en anecdótica perdiendo protagonismo en todos los foros urológicos. Actualmente constituye un diagnóstico poco frecuente, probablemente mal conocido por los urólogos jóvenes y con presentaciones muy distintas de las que tenía en su época de esplendor, aunque en modo alguno es una patología inexistente en nuestro medio. Esto es lo que le confiere su interés e importancia relativa.
El seguimiento histórico de una enfermedad es una tarea complicada que abarca investigaciones tan diversas como la observación de los signos que pudiera haber dejado en los restos de aquellos que la padecieron, el estudio de la interpretación que los médicos hicieron de los hechos clínicos que en cada época observaban, y el modo en el que el avance de la ciencia contribuyó a su conocimiento. A todo ello es conveniente añadir los datos relativos al posicionamiento de la enfermedad en su contexto social e histórico, tan variable, según las épocas.
Sabemos que nuestros más arcaicos antepasados padecieron tres formas clínicas de tuberculosis: la vertebral, la ganglionar y la pulmonar. Sin embargo, no tenían medios para saber que las tres eran expresiones distintas de la misma enfermedad.
La tuberculosis pulmonar es la más frecuente y una de las más graves entre todas sus formas clínicas cursando en su fase final con una gran emaciación. Por ello los griegos la denominaron tisis y los romanos consunción, ambos términos con el mismo sentido de gran desgaste físico general. El término tuberculosis no se introdujo hasta bien entrado el siglo XIX y pronto se impuso a los demás.
Se tardaron diecinueve siglos de nuestra era para describir los dos hechos que mejor la definen: el granuloma o masa celular con un núcleo central de macrófagos y en cuyo seno se producen fenómenos de necrosis como expresión del daño causado por el bacilo y a la vez de la respuesta inmunitaria que la caracteriza, y el propio bacilo que da el conocimiento de su etiología.
Fue en el siglo XIX cuando el conocimiento de la enfermedad progresó de manera muy notable. Primero gracias a los clínicos y patólogos, con Laennec a la cabeza, después merced a las aportaciones de los epidemiólogos de los que destaca Villemin, y por último y decisivamente con las contribuciones de la naciente microbiología con Koch como figura principal. Todo ello permitió dar una explicación más científica a la tuberculosis.
Entre otros factores con responsabilidad etiológica cobró importancia lo social al comprobarse que la enfermedad era más frecuente en los barrios pobres de las ciudades y entre los obreros de las fábricas insalubres. El desconocimiento del origen de la tuberculosis había, a lo largo de los siglos, favorecido el enunciado de muy diversas teorías sobre su génesis, y una de ellas traída de forma recurrente, era su atribución a la impureza del aire. Ya en el siglo XIX antes de conocerse la causa de la enfermedad, pero buscando un ambiente y una atmósfera más pura, se comenzó a aconsejar la cura climática con vida al aire libre y algún ejercicio físico, que solía acompañarse de una dieta en la que acostumbraba a predominar la leche. Estas pautas promovieron ya a mediados de aquella centuria la aparición de los primeros sanatorios antituberculosos.
En el presente la tuberculosis afecta a más de 10 millones de nuevos casos/año con cerca de dos millones de muertes anuales lo que la coloca en la primera causa de muerte por enfermedad infecciosa. Alrededor de 1/3 de la población mundial puede haber tenido contacto con la infección tuberculosa aunque sólo el 5%-10% desarrollará la enfermedad. La incidencia en España oscila entre 12-13 nuevos casos/100.000 habitantes. La afectación génitourinaria oscila entre el 3-10% de los afectados siendo en España el 3,2% lo que supone 2-3 nuevos casos por 100.000 habitantes.
Por lo tanto se trata de una enfermedad infecciosa clásica que aunque en franca disminución debe todavía tenerse en cuenta. La rareza, junto con lo inespecífico y variado de sus manifestaciones clínicas hace que raramente se sospeche como causa de procesos urológicos crónicos o con mala respuesta a los tratamientos empíricos o no específicos para el M. Tuberculosis.