• Y la propuesta senderista es… ¡Pico Ventosa!

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Iniciamos la etapa desde el Sahúco (1130 m) y como estaba abierto el santuario pasamos a verlo. Silencioso, fresquito y con olor a velas e incienso. Después de beber de la fuente, nos calzamos las mochilas e iniciamos la marcha.

    Un gato se restriega a nuestro lado sin ningún pudor. Subimos por el camino de la Atalaya y giramos a la derecha en dirección al Ventosa, 1.290 m. El camino está pesado porque los últimos días ha caído mucha agua; pequeñas lagunas se forman en los bancales y algunos arroyos recogen el agua que baja de las montañas cercanas. Las botas se van embarrando pero nuestra marcha es decidida

    Subimos por el camino de la Atalaya y giramos a la derecha en dirección al Ventosa

    Dos parejas de perdices levantan el vuelo con su aleteo ruidosoHace fresquito y rachas de aire nos hace presagiar cómo será la cima del Ventosa. Llegamos a  la Fuente de Prado Umbela, que estaba que se salía e inundaba los prados adyacentes.

    Seguimos la ruta que el nene nos marca, hasta encontrarnos con la Rambla de los Charcones, que va sumando pequeños arroyos de los valles circundantes, hasta formar un río en toda regla que nos lo pone difícil para cruzar. ¡Impresionante e inesperado espectáculo! Continuamos en ruta, entre pinos, monte bajo donde predomina el chaparro, romero, bastantes enebros y algunos robles, y la omnipresente aliaga;  contemplamos el valle del Ventosa, nuestro objetivo, a su  izquierda el Molar (1269 m)  también sembrado de molinetas. A la derecha del valle blanquea y colorea la aldea de El ValeroIniciamos el ascenso final por el cortafuegochaconeando hasta la cima, entre sonidos tétricos de las aspas que lo pueblan

    Nos acercamos hasta una señora sabina que preside la cumbre, y abrazados al punto geodésico saludamos al Padrastro y a la Loma de la Albarda, y continuamos la marcha porque la montaña hace honor a su nombre. Las primeras prímulas se asoman tímidas en busca de la primavera. Bajamos hasta el Corral de La Ventosa, que nos invita a recrearnos y reponer fuerzas, en esta ocasión pan de centeno con carne de membrillo, y pequeñas rebanadas de pan con vino como tantas veces lo hicimos en la niñez.

    Terminamos con un traguito, joven de Chinchilla (merlot, garnacha y sirac), y tras limpiar las navajas en una teja, seguimos el vallejo hasta el arroyo de los Saladitos, que también acarrea sus aguas hasta Los Charcones.

    Unas pezuñas recientes nos animan a un encuentro, ¿con ciervos?, pero habrá de esperar. Como hemos andado con buen tono, nos adelantamos a la hora de corte. Para compensar  subimos otro pico que encontramos en el recorrido,  desde donde nos llama la atención una cumbre encima del Sahuco. Nos acercamos a explorarla. Y descubrimos una morrica (edad del bronce), encontrando restos de arcilla y algunos cantos rodados que no se han criado aquí, sino traídos para otros menesteres. Por una senda descendemos hasta el monasterio.

    Visitamos el lampadario, donde unas cuantas velas arden en la oscuridad

    ¡Y al entrar se hace la luz!. Un poco antes de convertirnos descubrimos el sensor responsable de tal prodigio, aunque nos ha dado un poco de yuyu.

    De regreso, en una curva al salir del Sahúco, tres ciervas nos despiden impasibles mientras las retratamos. Continuamos hasta la Rosa del Azafrán (Argamasón), donde preparan unos higadillos que cortan la respiración. Mientras, preparamos la próxima, el Molar, y nos enteramos por el nene de que hemos andado 13,700 m. en tres horas. ¡Buena tarde!