• La niña sin miedo

    El Autor

    Rosa Villada

    Escritora y periodista www.rosavillada.es

    Ya han pasado siete meses desde que me diagnosticaron un cáncer de mama. Visto desde ahora, parece que el tiempo ha transcurrido muy rápido. Pero no me parecía lo mismo cuando tenía que ir todas las tardes al hospital, excepto fines de semana, a mi tratamiento de radioterapia. Entonces el tiempo discurría con mucha lentitud, y las treinta sesiones que me mandaron, se me hicieron eternas. Sobre todo los últimos días, cuando las quemaduras en el pecho hicieron acto de presencia, y comenzaron las curas. Éstas, las quemaduras, me cogieron cariño y no estaban dispuestas a desaparecer de la noche a la mañana. Aún permanecieron conmigo casi un mes después de terminar con el tratamiento de radioterapia.

    El 7 de septiembre, coincidiendo con el inicio de la Feria, terminé, por fin, el tratamiento de radioterapia. Ese día, después de haber ido sellando mi credencial del Camino de Santiago con cada sesión, cuando llegué a casa elaboré mi Compostela particular, que es la acreditación que te dan en Santiago, cuando terminas el Camino. Copiando una que tenía del Camino, hice constar, además de mi nombre en latín, la peregrinación que yo había realizado al hospital: Radioterapia Peregrinatio. Ese día, también, mientras me estaban dando la última sesión de radio, me entró una llantina similar a las que le dan a los peregrinos cuando llegan a la Plaza del Obradoiro. Y las enfermeras me abrazaron haciéndose cómplices de mi emoción. ¡Qué bien, había terminado! El jarro de agua fría vino un rato después, cuando el médico me dijo que tenía que seguir yendo al hospital a curarme las quemaduras producidas por la radiación.

    Todo eso ya pasó, y ahora me encuentro bien. Me han recetado una pastillita que debo tomar durante cinco años. Vale, hasta ahí el relato de los hechos, pero ¿qué ha pasado en todo este tiempo, cómo he vivido  todos estos meses en mi interior el paso del cáncer por mi vida? Y, sobre todo, la gran pregunta. Y ahora qué pasa, ¿el cáncer ha desaparecido con la extracción de los tumores? ¿Ya no tengo cáncer? ¿No se sabe todavía? Mi médico me aconsejó que no leyera el prospecto de la pastilla que me había recetado, para no asustarme con los efectos secundarios. Eso sí, a continuación pasó a relatármelos él mismo, y yo me debí quedar con cara de idiota. Seguro. ¡A ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad!

    De lo que pase en el futuro no tengo ni idea, con lo cual todo resulta muy interesante. Desde luego, en estos siete meses he aprendido muchas cosas. Por encima de cualquier otra, a valorar la vida. Porque solo cuando creemos que podemos perderla, adquiere más valor que nunca. En algún momento creí que podía morir. ¡Pues claro! Es verdad que me duró poco, pero atesoro esos momentos como lo más valioso que me ha enseñado el cáncer. ¡Dios, cómo se aprecia la vida ante la presencia de la muerte! ¡Y cómo se ordenan las prioridades! Para mí, que ya estaba bastante pasada de rosca, esta experiencia me ha propinado varias vueltas de campana. Y, sí, el cáncer marca un antes y un después. Te dice que hay que morir a muchas cosas, para que otras mejores puedan nacer.

    En cuanto me diagnosticaron el cáncer una imagen se fijó en mi mente. Yo no la busqué, fue ella la que vino a mí, en mi ayuda. Se trata de una escultura que hay en Nueva York. La denominan “La niña sin miedo”. Representa a una niña, plantada delante de un enorme toro. Al toro lo pusieron hace años y, después, alguien colocó a la niña. Puede que esté aterrorizada. Pero ahí está, desafiante, con los brazos en jarras, las piernas abiertas, la falda y la coleta al viento. Diciendo con su actitud: “aquí estoy”. Posiblemente el toro es demasiado grande para ella, demasiado feroz. Tal vez la niña no tenga más remedio que salir corriendo. Pero por un momento, por un instante, se ha plantado frente a él, y tragándose su miedo, le ha dicho: “aquí estoy”. En su pequeñez, la niña ya ha vencido al toro. Pase lo que pase, siempre quedará en nuestra retina la victoria que supone ese desafío.

    Esta imagen vino en mi ayuda cuando la necesité, ella me buscó. Para mí, en esos momentos, el toro representaba al cáncer. Para otras personas puede representar cualquier otra cosa por la que se sientan amenazados. ¡Claro que cuando te dicen que tienes cáncer tienes miedo a la muerte! Pero abrirse a esa posibilidad y desafiar al miedo, te pone en contacto con uno de los mayores tesoros que encierra cualquier enfermedad. ¿Qué va a pasar ahora? Ni lo sé, ni me importa. La niña sin miedo se ha quedado a mi lado para siempre.