• Jaque mate a la leucemia

    El Autor

    Sara Manzano

    Periodista y profesora

    Nunca lo hubieras imaginado, pero resulta que un día, sin previo aviso, la prima hermana de la muerte se presenta ante ti con un tablero de ajedrez bajo el brazo y te ‘propone’ una partida irrechazable. Y esto ocurre. Vaya… ¡qué si ocurre! En mi caso, la partida llegó en forma de leucemia.

    Tras un largo paso por urgencias del que esperas salir con la receta para los antibióticos que pondrán fin a tus anginas de turno -el invierno en Albacete se está haciendo fuerte y es buen compañero de este tipo de infecciones-, una médica, joven, que se presenta como la hematóloga de guardia -tocaya, por cierto-, te explica, con un amasijo de cariño, pena y resignación en la mirada, algo sobre un exceso de no sé qué glóbulos y de células compatibles con… que podrían hacer que… y es muy probable por tanto que…, y tú solo te quedas con una palabra, la palabra: leucemia. Y ni siquiera tienes claro en qué consiste pero sí que es lo más cerca que has visto el peligro, el peligro real, el que te da una sacudida y te hace partícipe de esas cosas que tiene la vida que aunque parezca que no, suceden. Y de pronto eres consciente de tu fragilidad, de que pendes de un hilo cuya firmeza no siempre depende de ti. Y eso asusta.

    Y te ves desde fuera, y ahí estás tú, el día anterior en Málaga de paseo, y hoy preguntándole a la joven médica qué has hecho mal, y ella que nada, que esto es así y así llega, y que no está demostrado que se esté más o menos predispuesto a la enfermedad por razones de edad, sexo, hábitos… ¡nada! Y tu mente va muy rápido, y los medios de comunicación –a veces- hacen mucho daño y tú intentas recuperar de tus archivos lo poco que has visto, leído o escuchado sobre la enfermedad, y escaneas rápidamente la información y la estadística que en menos de dos segundos elaboras no te resulta nada alentadora, nada consoladora. Y, así, mientras ella te explica, tranquilizadora, que los tratamientos están muy avanzados y que la gente se cura de esto, tú estás a otra y… ¡joder, Sara, que esto va en serio!, y le dices que tú aún tienes muchos planes y entonces ella te da permiso ese día, solo ese, para llorar, patalear, gritar, lamentar porque mañana, dice, empiezas a pelear.

    Y aquí sigo, pasados dos meses del diagnóstico, jugando mi partida. ¿Y sabéis qué?: voy ganando. Yo, que nunca he tenido ni idea de las reglas del juego, que contadas veces en mi vida he estado en un hospital y veo una aguja y echo a correr, estoy jugando, estoy luchando. Sin dubitaciones, porque solo así se pueden jugar estas partidas, esta plaga que hemos de erradicar. Y lo que la prima hermana –lejana, a mí no me engaña- de la muerte no sabía es que, aunque no sé nada de este juego, estoy muy bien acompañada; mis seres queridos, junto con un gran equipo de profesionales, día a día me dan ‘truquitos’ para avanzar en el tablero. Tanto es así que, aunque la partida se vislumbra larga y a ratos compleja desde aquí, hace tiempo que declaré alto y firme mi jaque mate al adversario.