• Tres enfermeras y 130 años de experiencia

    Adoración Cuevas Alcañiz, Mª Nieves Salazar González y Carmen Baeza Mulero tienen en común la edad, 63 años, el tiempo dedicado a la Enfermería, 43 años, y la pasión por cuidar. Las tres se acaban de jubilar para dar paso a nuevas generaciones a las que dejan en herencia lo que ellas empezaron, una Atención Primaria que te acerca tanto al enfermo como a su sufrimiento. Reconocen que han vivido momentos muy duros en el proceso sanitario de ver a sus pacientes crecer, envejecer y morir, pero el conjunto ha sido tan gratificante que pasar a un segundo plano no ha sido nada fácil. Las tres se han despedido ejerciendo en el centro de salud Zona 5 de Albacete.

    Han vivido por y para la Enfermería. Adoración Cuevas, natural del pueblo conquense de Cervera del Llano, admiraba a su padre, practicante, por cómo trataba a sus pacientes, cómo cogía sus manos y los curaba al tiempo que los escuchaba. Acompañarlo a las visitas desde que era una niña contagió “pasión y vocación”.

    Estudió en la escuela de Enfermería de la Cruz Roja, en Valencia. Casada con un dermatólogo, su marido fue la razón por la que acabó en Albacete. Empezó en el año 1975 en el laboratorio del Centro de Especialidades de San Juan Bautista, hasta 1989, cuando el inicio de la Atención Primaria le llevó a los centros de salud.

    Siempre independiente, Cuevas formó parte del primer comité de empresa sanitario, pero sin comprometerse con sindicato alguno. Estuvo ligada a la Escuela de Enfermería, hoy facultad, desde el principio y cuenta con orgullo que es una de las “madres” del programa de continuidad de cuidados, pensado para que, tras el alta hospitalaria, la sanidad pública siga cuidando de sus pacientes.

    De izquierda a Derecha, Adoración Cuevas, Carmen Baeza y Mª Nieves Salazar.

    A Mari Nieves Salazar la vocación le llegó cuando empezó a estudiar y a ejercer. Lo suyo con la Enfermería no fue un flechazo, pero acabó en amor eterno. Su madre, una adelantada a su tiempo, estaba empeñada en que su hija estudiara y trabajara, y así fue. Ella estudió en la escuela del sanatorio albaceteño de Santa Cristina, con las Obreras de la Cruz. Trabajó en el centro de especialidades de San Juan Baustista y pasó por un sinfín de servicios de la antigua Residencia, hoy Hospital Perpetuo Socorro, hasta acabar en los centros de salud.

    Carmen Baeza sí quiso ser enfermera desde que tuvo uso de razón. Y es que, desde los tres años, practicaba con un muñeco de goma que acabó hecho un colador de tantas inyecciones. En su caso, su madre, “una enfermera frustrada”, le inculcó la pasión por curar. Con cinco hijos, no había estudiado enfermería, pero la madre de Carmen Baeza era quien ponía las inyecciones en casa y escayolaba si era necesario.

    Estudió en “La Concha”, en la Clínica de La Concepción, porque su madre era paciente y veneraba a aquel personal sanitario. De hecho, recurrió a un conocido neurocirujano, al doctor Córdoba, para que le abriese las puertas del examen de ingreso.

    Natural de Elche de la Sierra, Carmen Baeza se convirtió en “practicanta” en una etapa que recuerda tan agotadora como gratificante. Estuvo alerta durante las 24 horas del día, atendiendo partos con 20 años. También estuvo en el primer servicio de atención al paciente, que casi acaba con su salud mental y, como sus compañeras, en cuanto le fue posible, se subió al tren de la Atención Primaria.

    Hoy, con la jubilación, lo único que les queda a las tres es “el descanso de no ver el sufrimiento del paciente”, que ha sido siempre la carga más dura. “Ves situaciones en los domicilios que te parten el alma”. Aun así, no cambiarían de profesión por nada del mundo. “Los médicos diagnostican y nosotras somos las que curamos, las que escuchamos lo que ya no se cuenta al sacerdote; lo que no cuentan al hijo por no preocuparlo ni a la vecina porque no se fían de ella”. Después de 43 años de ejercicio, las alegrías pesan más que las penas.