• Cuando todo esto acabe

    El Autor

    Emilio Ortiz

    Novelista e historiador

    Ni es la primera vez que ocurre y quizá por desgracia tampoco será la última. A lo largo de la historia ya ha habido multitud de pandemias incluso de enfermedades bastante más graves que el Covid-19. La peste, la gripe, la lepra o el dengue devastaron total o parcialmente nuestro mundo hace muchos años, pero esto ocurría cuando se tardaba en recorrer en barcos de madera en cinco meses la misma distancia que hoy día hacemos en cinco horas de avión en cuanto a la Edad Antigua y la Media se refiere. Respecto de principios del siglo XX, ya existían medios más rápidos pero estos estaban reservados para una pequeña franja de la población.

    Imagen de la epidemia de gripe de 1918 e imagen, un siglo después, del hospital de campaña de Ifema, en Madrid.
    Emilio Ortiz Covid-19

    Por citar algunos datos relevantes, Hipócrates cuatro siglos antes de nuestra era, ya había tipificado la gripe. Sabemos que esta afectó por entonces a varias regiones mundiales pero aún los desplazamientos estaban muy territorializados y no podemos hablar de una pandemia como tal.

    Plaga de Atenas

    La denominada “Plaga de Atenas”, en el 429 antes de nuestra era, acabó matando a un tercio de la población de la ciudad-estado mencionada. Habiendo llegado desde Etiopía, pasó por Libia y Egipto hasta penetrar en el mundo griego incluso afectando a muchos espartanos quienes cesaron las incursiones atenienses por miedo al contagio de la peste.

    1346: la peste

    En 1346 llegó una terrible segunda fase de la Peste Bubónica, (La peste negra) que se cobró la vida de treinta y cuatro millones de personas en todo el mundo.

    1918: la gripe

    En 1918 la mal denominada Gripe Española acabó con la vida de dos millones y medio de personas. Esta pandemia adoptó injustamente este nombre pues los medios de comunicación europeos estaban más volcados con la I Guerra Mundial que con la epidemia, mientras que España por su posición neutral sí que difundió a través de la prensa como la enfermedad afectaba a la nación y al resto del mundo.

    El ciudadano de la Edad Antigua, de la Edad Media o de principios del siglo XX por citar algunas de las épocas en las cuales hubo pandemias, era un ciudadano que convivía con la desgracia. La guerra, el hambre, la muerte de algún hijo y la enfermedad eran el día a día de aquellas mujeres y hombres.

    El hombre invencible se ha derrumbado en cinco meses

    Con lo cual, desde el punto de vista sociológico, desde un análisis de salud mental colectiva y sobre todo desde una perspectiva histórica, estamos ahora interiorizando todo esto, como si fuese la primera vez que nos ocurre. De hecho, las epidemias siguen formando parte del conjunto de desgracias que continúan asolando al mundo no desarrollado. La impresión de que el hombre posmoderno es invencible se ha derrumbado en cinco meses.

    Noqueados

    Por un lado la globalización y la rapidez en los desplazamientos y por otro el acomodamiento de los seres humanos en los países industrializados, han conseguido sorprendernos con la guardia baja, hemos recibido un golpe directo que nos ha noqueado. Cuidado que con esto no quiero decir que las comodidades conseguidas en determinadas zonas del planeta, no sean algo positivo y que debamos regresar a tiempos pretéritos y peores, todo lo contrario.

    El hecho de poseer hoy día tantos y tantos medios materiales, conocimientos científicos y filosóficos debería ser aprovechado tras esta experiencia fatal en la cual hemos perdido numerosas vidas y tantas familias han sufrido lo indecible, para concienciarnos que las mujeres y los hombres actuales no vivimos en una sociedad intocable ni inmune ante la actuación de la propia naturaleza.

    La lección

    Si esta crisis nos ha demostrado algo, es que la sanidad debe estar al servicio de la sociedad. Que la premisa de Aristóteles “El hombre es un animal político”, y por tanto social, no solamente debe servirnos para saber que debemos tener buenas relaciones entre nosotros en los bares, en los acontecimientos culturales y asociativos sino que no tenemos otro camino que el de vivir en una sociedad que garantice nuestros derechos fundamentales para poder estar a la altura si llegara el momento de poder presentar alternativas a cualquier otro ataque de este tipo. Imaginemos por un momento que hubiera sucedido si en nuestro país y en los del entorno, los sistemas de salud hubieran estado en la práctica totalidad en manos de los consejos de administración de las empresas de turno.

    Por suerte hemos sido capaces de reaccionar a tiempo y nos hemos percatado de que el individualismo no solo nos aísla socialmente sino que en el caso de una emergencia colectiva como esta, dicha conducta nos hubiera abocado a un desastre todavía peor del que ya estamos experimentando.

    Imbuidos en nuestras pertenencias

    Vivíamos hasta hoy imbuidos en nuestras pertenencias, en nuestros sueños materiales o en nuestras ansias de éxito social. Que ganase nuestro equipo de fútbol o nuestro partido político eran nuestras preocupaciones. Las banderas, la raza, la orientación afectiva-sexual, la clase socio-económica etcétera. Nos dividían y nos clasificaban en apartados inexpugnables en la mayoría de los casos que nos impedían ver al otro. Todo esto provocado por una especie de agilipollamiento individualista que estaba o está interiorizado en cada una y cada uno de nosotros.

    Quisiera cuando todo esto acabe, poder darle mi primer abrazo al más fiero de mis enemigos si es que lo tuviera o en su defecto a un digno adversario. Después vendrán los demás. Desearía quemar todas las banderas o quizá coserlas entre si, para formar una sola.

    Amaré a mi tierra pero jamás por encima de lo que querré a las demás.

    Cuando todo esto acabe seguiremos siendo simples seres humanos.

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