• Nuestros médicos antecesores

    El Autor

    Julio Antonio Virseda Rodríguez

    Jefe del Servicio de Urología del Complejo Hospitalario y Universitario de Albacete y profesor titular de la Facultad de Medicina

    Alberto Mateos caricaturizó a todos los médicos de la época en la que nació la Sociedad de Medicina.

    En poco más de un año la Sociedad de Medicina y Cirugía de Albacete cumplirá su 50 Aniversario y nada me parece más indicado que realizar una breve reflexión sobre nuestros antecesores médicos o sanitarios en general quienes con su ejemplo y bien hacer dejaron abierto el camino de la presente y futuras generaciones confiriendo un imborrable recuerdo en nuestra mente como parte de unos sentimientos imperecederos. Sus consejos, admirables enseñanzas, inquietudes, dinamismo, dedicación esforzada, la forma peculiar de afrontar y resolver los problemas diarios con estilo propio constituyen un precioso legado que conservamos íntegramente para el resto de nuestra propia existencia.

    El magisterio que ellos ejercieron de una u otra forma nos han producido innumerables satisfacciones y suscitado inquietudes, que sin sus enseñanzas, ayuda y orientación nunca hubiéramos alcanzado gran parte de nuestras metas. A nuestros maestros y antecesores les debemos todo cuanto somos habiéndonos servido sus hombros para elevarnos un poco más y visualizar el horizonte científico tal como expresara el ilustre cirujano medieval Guido de Chauliac. A nuestros maestros les debemos el merecido tributo, respeto, profundo agradecimiento y lo que hoy está en riesgo de desaparición y es la incondicional lealtad. Y si los maestros por ley inexorable de la vida, nos dejan huérfanos, su ejemplo no desaparecerá por completo sobreviviendo a través de la Escuela creada y de sus fieles discípulos. Al fin y al cabo la vida no significa más que una serie de regates que se dan a la muerte hasta que ésta siempre acaba por triunfar.

    El maestro Marañón lo dejó escrito al afirmar como “los hombres fuera de lo común, tienen dos modos de ser ejemplares. Lo son mientras viven, con el espectáculo directo de su acción. Pero lo son, de otra manera, después de dejar este mundo. Cuando se les ve desde lejos, cuando su gesto se ha extinguido y queda solo la estela deshumanizada de su arte”. Lejos queda este concepto de los interesados adoradores de la supuesta “última palabra” en Medicina a través de los medios de propagandística difusión dirigida a sus particulares intereses. Sólo la extrema juventud de los que así se nos presentan puede aproximarnos al entendimiento de lo que en cualquier otra circunstancia sería la representación evidente y osada de la ignorancia. Noticias de última hora en las que vale más la claridad que cabe en el hueco de la mano, que un río de oscura erudición no criticada.

    La verdadera formación científica y profesional es aquella que reconociendo sus limitaciones se fundamenta en una perenne y dinámica renovación. Esta inquietud que no escamotea esfuerzos ni sacrificios, la encontramos en los grandes y verdaderos maestros de la Medicina. El auténtico maestro sabe llegar siempre al alumno sembrando en él la semilla fértil de las magistrales enseñanzas. Por otra parte el buen alumno posee el don y la habilidad de saber llegar y comprender al maestro, estableciéndose pronto entre ambos no ya el diálogo amable, sino una verdadera colaboración y con ella un intercambio de conocimientos, ideas y sentimientos que no pueden adquirirse de otro modo, aún leyendo y conociendo al pié de la letra todos los trabajos y obras del maestro.

    El ejemplo de nuestros  mayores impide que el médico olvide su experiencia y saber acerca de la naturaleza del hombre o lo que es lo mismo su carácter de prestigioso artista o artesano impidiendo convertirse en un burócrata bajo eventual contrato empresarial o un médico rutinario que receta u opera mecánicamente Misión que puede cumplir de forma satisfactoria si no olvida su primigenia vocación que le llevó a ser un médico.

    La esencia científica consiste en saber percibir y conocer la realidad de las cosas tal y como son, con sencillez y claridad. El verdadero maestro sabe alcanzar esa altura necesaria para penetrar en la esencia científica de su disciplina, y sobre todo, saber mostrar como fácil y natural, lo que en realidad es difícil y complejo, gracias a su esfuerzo personal, aunque no lo parezca, pero, más aún, gracias al genio y visión creadora.

    En síntesis, el trato y convivencia con aquellos que nos precedieron así como el conocimiento de las obras clásicas de de los maestros desaparecidos nos permite captar y compenetrarnos con la verdadera esencia de sus enseñanzas, con sus propias inquietudes científicas y con una visión global de la Medicina. De ellos el mejor recuerdo es aplicarles las palabras del viejo romance castellano “Sus arreos son los libros/Su descanso, el trabajar”.