• ¿Y la salud mental de quienes investigan?

    “Queridos colegas, si recibís este mensaje, significa que ya he fallecido”

    El Autor

    Dr Francisco Sánchez

    Profesor e Investigador en Genética Médica

    Este es el inicio de una carta de despedida del investigador Huixiang Chen, de la Universidad de Florida, en la que denuncia que la publicación de un artículo con su director de tesis se debió a la red de contactos de su jefe, y que el artículo tenía problemas muy graves, pero que a pesar de ello, fue aceptado por los revisores, amigos de su jefe. Termina la carta exponiendo que este delito tendría un importante impacto negativo en su carrera investigadora y en su reputación, y que su vida sería peor que la propia muerte. “Espero que aprendas mi lección y no te metas en líos. Deseo que esto provoque un cambio en este mundo”. Por desgracia, situaciones como esta siguen ocurriendo.

    Imagen de 2019 de un encuentro de jóvenes investigadores en la Facultad de Medicina de Albacete.

    Barbarie psicológica

    Otro investigador que decidió tomar el mismo camino fue Francis Dolan (2011), debido a “la barbarie psicológica del sistema postdoctoral y la falta de intervención por parte del mundo académico para dar soluciones al problema”.

    Tengo que aceptar mi ingenuidad cuando cursaba la licenciatura, en el siglo pasado. Pensaba que la investigación debía ser algo casi sobrenatural, en la que se seleccionaban los universitarios mejor formados, capaces de razonar y trabajar en equipo, haciendo grupo para empujar todos hacia el más allá del límite de lo conocido.

    Pero nada más lejos de la realidad. Desde hace décadas, las universidades y centros de investigación del planeta, principal motor de la investigación, han sufrido un proceso de corporativización, y como si de una empresa se tratase, están adoptando unos modelos de control de producción que atienden casi exclusivamente a criterios cuantitativos (Berg and Seeber, 2016) especialmente basados en el número de publicaciones en revistas con alto índice de impacto (Craig et al., 2014) con la finalidad de incrementar los rankings académicos internacionales (Butler and Spoelstra, 2012; Münch, 2014).

    Estrés, ansiedad y suicidios ponen de manifiesto que los problemas de salud mental en los investigadores requieren soluciones.
    • Hay muchos artículos recientes a nivel internacional que muestran datos escalofriantes sobre el porcentaje de enfermedad mental en los investigadores, sobre todo en los más jóvenes, puede llegar al 40% de problemas de ansiedad y depresión, y un 10% de pensamientos de suicidio.

    Competencia despiadada que mina la salud mental de los investigadores

    Esta importante transformación de la vida académica donde la cantidad prima sobre la calidad ha originado la cultura de la rapidez, donde la pasión por investigar se ha convertido en la pasión por publicar (“publicar o perecer”) (López-Cózar et al., 2020) con consecuencias terribles tanto para la investigación como para la salud mental de los investigadores. Se compite despiadadamente por estar entre los primeros puestos de los famosos rankings universitarios. La sobreproducción de artículos científicos ha alcanzado los 3 millones/año (El Salto, 2019).

    Desde un punto de vista médico, podríamos diagnosticar a la universidad internacional de una grave Rankitis Aguda. Todo esto genera ambientes tóxicos y lo que eran colegas, colaboradores y amigos, ahora son recursos (si te son útiles) u obstáculos (si no siguen las reglas del juego) (Martela, 2014).

    Un trabajo tóxico

    Según el psicólogo, investigador de la Universidad de Alcalá, Iñaki Piñuel “el trabajo del profesor universitario es uno de los más tóxicos”. El periodista Héctor G. Barnés apunta al profesor universitario como el sufridor de un trabajo tóxico, por razones como la burocracia, el acoso por la creciente competencia o el sistema pernicioso basado en la constante producción, todo ello “al resguardo” de unas instituciones que en ocasiones siguen funcionando de manera medieval (El Universitario, 2021).

    Estrés, ansiedad y suicidios ponen de manifiesto que los problemas de salud mental en los investigadores requieren soluciones.
    La salud mental de los investigadores se enfrenta a numerosos obstáculos.

    “Yo soy una víctima y los que se tienen que avergonzar son ellos”

    En los últimos años se han publicado datos escalofriantes sobre el estado de la salud mental de los investigadores (Levecque et al., 2017; Evans et al., 2018; Alvesson, 2013; Bothello and Roulet, 2018; Ergöl and Coşar, 2017; Kallio and Kallio, 2014; Marinetto, 2018; Tuchman, 2009). La pérdida de la identidad académica, la encarnizada competición provocada por la continua demanda de excelencia, los problemas de conciliación y, entre otros, la inestabilidad laboral y el futuro incierto, están provocando una constante merma de la salud, donde la ansiedad, la depresión o el acoso son ya síntomas habituales, que incluso muchos miembros terminan normalizando sin darse cuenta, hasta el punto de manifestar que el que se queja es un débil que no está preparado para la vida académica o que no sabe investigar. Pero ignorar el elefante en la habitación no resuelve el problema.

    “En el 2018 tuve una catarsis. De repente salí y fue mi liberación. Yo soy una víctima y los que se tienen que avergonzar son ellos” (Celia Arroyo López, investigadora toledana)” (esdiario.es, julio 2019).

    En un informe sobre estrés laboral en Canadá (CAUT) se recoge una encuesta realizada en 56 Universidades. Un número relativamente alto refiere síntomas físicos y mentales (23,5%), mientras que un 21,8% tomó medicación relacionada con el estrés (Catano et al., 2007). Estos resultados son similares a los obtenidos por estudios realizados en Reino Unido y Australia. La investigación realizada en Reino Unido destacó el constante control y la necesidad de aportar resultados positivos en todo momento, lo que imposibilita la conciliación de la vida personal y laboral.

    “Se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia”

    Según Rosa Caramés, socióloga de la Universidad de la Coruña, “se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia”. En nuestro país, un estudio de la Universidad de Granada (2003) indicaba que el 11% de los docentes sufría acoso psicológico, mientras que la Universidad de Murcia (2004) concluyó que el 83,6% del profesorado sufría estrés crónico y que hasta el 44% del personal manifestaba sufrir acoso laboral. Pero no se encuentran estudios recientes porque la Universidad sigue mirando para otro lado. En general, la academia es reticente a admitir su estrés (Berg and Seeber, 2016) porque se teme que esto pueda conducir al debilitamiento de la Ciencia como empresa colectiva; sin embargo, lo realmente contraproducente es la opacidad (Perez-Iglesias JI y Sevilla Moroder J, 2022).

    “Yo empecé el doctorado con entusiasmo y terminé, como la mayoría de gente que conozco, un poco amargada y deseando simplemente que el sufrimiento acabase”

    Pero sacrificar tu vida social y familiar para tener un brillante currículum tampoco te asegura poder competir en igualdad de condiciones con otros investigadores a la hora de estabilizarte en el mundo de la investigación, ya que las plazas públicas pueden salir en muchas ocasiones con perfiles tan cerrados (diseñados para personas concretas), que es prácticamente imposible optar a convocatorias “públicas”. Estas situaciones agravan todavía más la maltrecha salud mental de los investigadores ya que, a pesar de tantos esfuerzos, se da cuenta de que es prácticamente imposible competir en estas condiciones. Muchos de ellos optan por regresar al extranjero. En España, se vive la lamentable situación en la que somos exportadores de brillantes científicos, e importadores de futbolistas.

    Fue en 2022 cuando se publicó el libro Los males de la ciencia, donde se analizan con detalle los numerosos problemas a los que deben enfrentarse los científicos jóvenes y seniors, como son la falta de integridad o el perverso sistema de publicaciones científicas, que llevó, como hemos visto al inicio, a Francis Dolan al suicidio en 2011 (Perez-Iglesias JI y Sevilla Moroder J, 2022). En una encuesta realizada por la revista Nature, se concluía la falta de formación en liderazgo de los directores de los grupos de investigación.

    Un grave problema

    Estrés, ansiedad y suicidios ponen de manifiesto que los problemas de salud mental en los investigadores requieren soluciones.

    Sin duda, se trata de un grave problema que debería ser atajado desde las instituciones de manera más contundente. Pero los cambios son lentos y llevará décadas que se reconozca el problema, y después se pongan los mecanismos necesarios para su recuperación. Entre tanto, se promueven diversos remedios, como las 10 ideas para tener un grupo de investigación saludable (Los males de la Ciencia), que podemos poner en práctica para que las generaciones futuras de investigadores no sigan creciendo en este ambiente hostil, y para que cuando les toque a ellos dirigir, no repitan los comportamientos que, lamentablemente, otros tuvieron que sufrir.

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