• La elección que ningún padre debería hacer

    ‘Elección’, relato del médico y escritor Miguel Ángel Hernández Bitor publicado en su libro ‘Un ratero en Budapest y otras historias’

    El Autor

    Miguel Ángel Hernández Bitor

    Escritor y médico

    He reflexionado mucho antes de decidirme a escribir este relato y sopesado cuidadosamente los pros y los contras de realizar una tarea tan agobiante, que revuelve hasta lo más profundo de mis recuerdos y me enfrenta de nuevo con la misma sensación de angustia que estuvo a punto de acabar con mi existencia. Creo que se necesita valor -e incluso diría que hasta una pequeña dosis de masoquismo- para revivir momentos tan amargos y a la vez mantener la cordura.

    elección hernández bitor

    Sin embargo, hay experiencias que, por tristes y dramáticas que sean, sentimos el deber de trasmitir a nuestros semejantes, pues encierran vivencias verdaderamente enriquecedoras que demuestran una vez más hasta qué punto es capaz el hombre de activar mecanismos internos de adaptación, modular sus reacciones emocionales y salvaguardar así su integridad física y, sobre todo, psicológica.

    Tengo casi 70 años, y por tanto no es difícil imaginar que en un período tan largo me haya visto enfrentado muchísimas veces -como cualquier otra persona- a la disyuntiva de elegir. 

    Nadie duda que a cada momento tomamos decisiones sin apenas considerar que existen otras alternativas, y es además comprensible que pocas veces seamos conscientes de que estamos escogiendo o seleccionando casi de forma ininterrumpida.

    En verdad no parece lógico que nuestro sistema nervioso tenga que echar a andar complicados mecanismos para dar respuesta a situaciones triviales. A veces, no obstante, el proceso de elección se convierte en un conflicto; o peor aún, en un verdadero tormento.

    Pero por mucho que nos imaginemos lo que se puede llegar a sufrir para decidir algo sumamente importante, nunca será comparable con lo que me tocó vivir hace ya cerca de 30 años.

    Todo comenzó muy lejos de mi tierra, en el sur del Sáhara, allá por las zonas más áridas e inhóspitas que conoce el hombre y donde llevaba cerca de dos años trabajando como médico. Cielo y arena. Arena y cielo.

    En la más bella isla del Caribe

    A 11 mil kilómetros, en la más bella isla del Caribe, donde por el contrario, todo es un maravilloso contraste multicolor, había quedado la otra parte de mi vida: mis hijas Zaida, Sonia y Sandra -la de la vejez. Teresa -Teruca-, mi mujer, había muerto siendo todavía Sandra muy pequeña, por lo que ya, con demasiados años, tuve que asumir también el papel de madre. Es verdad que Zaida, ya mayorcita, supo siempre estar a la altura de las circunstancias y que gracias a ella, a su dulzura, responsabilidad y desvelo, la irreparable ausencia de la mamá fue más o menos compensada. Pero el vacío dejado por la Teruca fue demasiado grande, y a pesar de todo nuestro empeño, la familia nunca más volvió a ser la de antes.

    Cielo y arena. Arena y cielo.

    Entorno deprimente. Temperaturas irresistibles.

    Y digo deprimente pues no es lo mismo contemplar el desierto por vez primera durante un paseo vacacional -algo, sin duda, mágico- que permanecer día tras día, semana tras semana, mes tras mes, en semejantes parajes.

    Incomunicación casi absoluta. Tristeza. Nostalgia. Añoranza.

    ¡Cuántos recuerdos!

    Alguna que otra carta nos devolvía la vida, pero sólo por unos instantes. Después todo volvía a ser igual -o peor.

    Así pasaban los días. Días que parecían años.

    ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabía.

    Una horrible tarde llegó la noticia. Alguien de la embajada, con el traje lleno de arena -de que otra cosa si no- se acercó a mí. Puso su brazo sobre mis hombros y con gran dramatismo rompió el silencio.

    La peor noticia

    -Doctor tengo que darle la peor noticia que se pueda imaginar.

    Antes de que terminara la frase sentí como mis piernas se aflojaban y tuve la sensación de que no podría lograr mantenerme de pie. Luego todos mis músculos se contrajeron violentamente y pude al fin -no sin esfuerzo- mantener el equilibrio. El corazón me latía muy de prisa y una frialdad cortante recorrió todo mi cuerpo, de pies a cabeza.

    Estrechó todavía más su brazo, como para evitar una inminente caída.

    Sólo pensé en mis hijas, lo confieso, aunque podían existir quizás muchas otras cosas por las que preocuparme. Y es que para mí, nada ajeno a ellas tenía la mayor importancia ni podía acaparar mi atención.

    Quedé enmudecido esperando sus palabras, pero debe haberle impresionado tanto la transformación de mi rostro que tardó un buen rato en comenzar a hablar de nuevo. Creo que estaba buscando la forma más adecuada -o menos incómoda- de abordar el asunto o de ganar tiempo para que yo mismo intuyera lo sucedido, cosa que de cierta manera aliviaba su triste misión.

    -¿Me va a decir usted que le ha sucedido algo a mis hijas?

    -grité desesperado.

    Permanecía en silencio, con la cabeza baja.

    -¡Contésteme, por favor! ¿Le ha pasado algo a mis hijas?

    Un terrible escalofrío volvió a recorrer mi cuerpo

    Afirmó con la cabeza y un terrible escalofrío volvió a recorrer mi cuerpo.

    -¡Dígame la verdad de una vez, se lo ruego!

    -Siento mucho tener que decirle que… que una de sus hijas ha muerto.

    -Pero, ¡no puede ser! ¿Qué pasó? ¿Cómo ha podido suceder algo así, Dios mío? ¿Cuál de mis tres hijas ha sido? ¡Contésteme, por favor, contésteme! -y comencé a llorar a la vez que sacudía con violencia su polvoriento traje.

    -Lo siento de veras, créame…

    -¡No me vuelva a decir que lo siente y acabe de contestarme de una vez! ¿Es que acaso no entiende que necesito saber exactamente lo que ha ocurrido? -y el llanto ahogaba mi voz.

    -Es que tampoco puedo darle más detalles. Ha sido una noticia un tanto confusa. El compañero que atiende las comunicaciones en la embajada trató de precisar más las cosas pero se escuchaba muy mal y poco tiempo después se cortó la conversación. Intentó restablecerla, pero sin éxito.

    -Entonces, ¿no cree que puede haber habido un error? Si no podía escuchar bien… Puede que haya entendido mal, ¿no cree?

    Era el mensaje desde La Habana

    -Yo de verdad quisiera poder albergar las mismas esperanzas, pero ese era el mensaje para usted desde La Habana; eso es todo cuanto puedo decirle, créame.

    Allí quedó él, inmóvil, bajo un sol abrasador, mientras yo me dirigí lentamente hacia la tienda.

    Me faltaban las fuerzas para caminar y arrastraba penosamente los pies sobre la arena caliente y seca.

    Al entrar me desplomé en la cama y rompí a llorar.

    Desperté ya bien avanzada la noche.

    Traté en vano de buscar alguna explicación pero por mucho que me esforcé no pude hallarla. ¿Acaso un accidente? ¿Una enfermedad repentina?

    Durante varios días esa fue mi principal preocupación. Mas, poco a poco, casi sin quererlo, fui dejando de pensar en la posible causa de la tragedia. Sentí entonces la imperiosa necesidad de saber a cuál de mis tres hijas había perdido para siempre. A cuál de ellas ya no volverían a ver mis ojos ni acariciar mis manos. Y todavía más; llegué a elegir.

    Sí, aunque me avergüenza decirlo, tengo que confesar que pasé horas y horas, sumido en mi desesperación, comparando a mis tres hijas entre sí y seleccionando la víctima, como el verdugo a quien se da la oportunidad de escoger entre un grupo de sentenciados a muerte.

    ¿Puede un padre preferir que se vaya para siempre una hija y no otra?

    ¡Qué cosas tiene la vida!

    ¿Será acaso un mecanismo de defensa? ¿Una especie de consuelo ante la pérdida que se sabe irreparable?

    ¿Puede un padre preferir que se vaya para siempre una hija y no otra?

    Afortunadamente, en medio de mi profunda tristeza, tuve la enorme satisfacción de reconocer que era incapaz de elegir en este caso. Creo que si lo hubiese hecho nunca me lo habría perdonado.

    Dos semanas más tarde vino la calma.

    Sí, todo había sido un error; un lamentable error. Mi hija Zaida quiso avisarme de la muerte de mi cuñado Andrés.

    Al cabo de tres meses todos regresamos a Cuba. Yo nunca volví a ser el de antes.                

                             

    6 comentarios

    1. Excelente artículo. Me ha puesto los pelos de punta, pues como dice el título es una decisión que ningún padre debería tener que tomar. Dicen que se debe querer a todos los hijos por igual, pero la realidad demuestra que eso no es cierto, pese a la tesis del autor. Aún así, mi más sincera enhorabuena al articulista por el tema elegido, que te obliga a reflexionar.

    2. Precioso relato que te hace reflexionar…. Muy duro

    3. Este es sólo uno de los magnificos relatos que trae el libro, les recomiendo a todos leerlo.

    4. Muy buen relato! Al igual que muchos otros en el libro. Muy recomendable su lectura.

    5. Relato muy duro. Un trance de la vida por el que nadie debería de pasar.
      Real como la vida misma.

    6. Muy interesante relato al igual q su último libro muy entretenido y de fácil lectura. Me encanta el estilo de Hernández Bitor y recomiendo la lectura de su último libro al igual q los otros anteriores. Espero q nos siga deleitando con futuras publicaciones. Siempre suelo estar pendiente de sus novedades.
      Mar G.

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