• Diario del coronavirus desde Neurología

    El neurólogo Tomás Segura recuerda la experiencia de su Servicio en una guerra contra el coronavirus que no ha terminado.

    El Autor

    Tomás Segura Martín

    Jefe de Servicio de Neurología

    Es lunes, 9 de marzo. Como cada inicio de semana, la sesión del servicio es importante. Once neurólogos alrededor de una mesa revisando los ingresos de tres días y planificando exploraciones, diagnósticos, tratamientos y altas futuras. Pero para mí no es un lunes cualquiera. El domingo estuve conversando con el director médico. Tantos años cada uno en su puesto han cimentado una relación de amistad y de mutua confianza. Le transmito mi alarma por lo que está sucediendo en Italia, por lo que he leído que cuentan en twitter algunos colegas de Milán. Y no hay otro país más parecido al nuestro en todo el mundo.

    Tomás Segura coronavirus

    La semana pasada dejé de viajar a una conferencia que tenía que dar en Sevilla y el consejo general de colegios de médicos recomendó suspender cualquier reunión que congregara facultativos ya el 2 de marzo. A mí también me preocupa mucho que pueda producirse un contagio masivo entre los médicos del centro. Le razono por ello que creo prudente sectorizar los servicios para evitar tener que poner en cuarentena a todos sus miembros si uno de ellos cae enfermo, como también habría que pensar cerrar la cafetería y blindar los servicios de cuidados intensivos y reanimación. Son decisiones difíciles, quizá parecen exageradas ese domingo. Amable como siempre, me contesta tranquilizándome.

    Proporciona los datos de Salud Pública de Castilla-La Mancha y me asegura que llevan una semana reuniéndose tanto con Consejería como con el Ministerio, que ha decidido ejercer un mando único. Las medidas que yo le propongo no están autorizadas por las altas instancias, que al fin y al cabo son las que manejan mayor cantidad de información. Esa conversación es ya por la tarde. Sin embargo, he dormido mal. No acabo de estar convencido, así que en la sesión comunico a mis compañeros mis temores y les  propongo sectorizar nuestro servicio.

    Solo nos reuniremos en la sala los médicos encargados de la planta. Los asignados a consultas no subirán al despacho. Les pido por favor también que no acudan a la cafetería de médicos. Todos están de acuerdo. Se respira un ambiente serio. Hace ya una semana, entre risas y veras, que decidimos que los que salían de guardia portaran mascarilla en las sesiones. A partir de ahora las llevaremos todos cuando estemos reunidos. Al acabar la sesión llamo otra vez a Dirección. Debe haber más jefes preocupados como yo, porque nos citan a todos. Lo hacen por grupos; primero, porque no cabemos en ningún sitio en nuestro viejo y demediado hospital, en el que ya no hay ni siquiera salón de actos; en segundo lugar, porque se han convencido de que es mejor minimizar las reuniones médicas multitudinarias.

    Mi turno lo recibe el propio gerente. Nos tranquiliza. Quizá soy yo el más incisivo, quien plantea más dudas. Me contesta una y otra vez que no está autorizado a cerrar cafeterías o a prohibir la entrada de público al hospital. Pero le parece buena idea sectorizar los servicios médicos. Lo propondrá a los jefes respectivos. Es lunes por la mañana. He de ir a la facultad. Se examinan todos los estudiantes de este grupo. 35 personas metidas en la misma aula durante más de 3 horas.

    Pido que se anule la docencia

    Mientras los estudiantes están concentrados en su examen, yo me levanto y abro las ventanas. Mañana empieza un nuevo grupo las clases. Decido que hablaré con ellos y las suspenderé. Por la tarde escribo al vicerrector, le cuento mi razonar y le pido que se plantee anular momentáneamente la docencia, al menos en la Facultad de Medicina y desde luego toda actividad de los alumnos en el hospital.

    Tomás Segura coronavirus
    Imagen de la entrada de consultas externas del 10 de marzo.

    10 de marzo

    El día 10 doy la primera y última clase del nuevo grupo de medicina. Les digo que es mi decisión que no volvamos a tener clase esa semana hasta ver cómo evoluciona la crisis del coronavirus.

    Los chicos me escuchan con atención y parecen estar completamente de acuerdo. Nadie protesta. Ese mismo día busco al jefe de cuidados intensivos, y le pido que establezca turnos en su servicio para evitar contagios entre ellos mismos. Le cuento como he organizado el mío. Me mira en silencio, me escucha con atención, pero no contesta. Creo que no lo he convencido, así que parto a la Reanimación para hacer la misma gestión. Chema me oye, dice que la idea le parece interesante. Lo hablará con Ramón. El miércoles aún circulan estudiantes de Medicina por las plantas y consultas.

    11 de marzo

    El día 11 de marzo, ya tarde, vuelvo a escribir al vicerrector y le pido, casi le suplico, que suspenda oficialmente todas las prácticas en la Facultad. Me contesta que por la mañana tendremos noticias oficiales desde el rectorado.  Al día siguiente, efectivamente, llegará el comunicado del rector suspendiendo toda la docencia universitaria. En el hospital sin embargo las cosas no han cambiado mucho. El mismo 11 por la tarde me han llamado mis compañeros de guardia. Están ingresando pacientes coronavirus en nuestra planta. Escribo a Dirección. Hay que limitar los contactos con otros enfermos y familiares.

    13 de marzo: 10 días para el colapso

    El día 13, viernes, se publica el primer plan de contingencia. El lunes 16 de marzo el hospital es ya un hospital diferente. Durante tres días las urgencias han pasado de recibir el número habitual de 400-500 casos cada jornada a tener apenas 100 consultas, pero esa centena son todos pacientes COVID, urgencias parece una trinchera, con todo el material revuelto y las instalaciones paneladas, y al menos el 50% de los pacientes necesitan ingreso hospitalario por dificultad respiratoria, fiebre elevada o trastorno analítico relevante. Caminar por el servicio de Urgencias te da la sensación de estar atravesando un campo de minas. Hablo con la jefa de Infecciosas.

    Está preocupada. Han elaborado un protocolo de tratamiento junto a Medicina Interna y Neumología, y los dos servicios han reforzado su plantilla de guardias. Esa misma semana, los enfermos de varias plantas ya son todos coronavirus. Pero el problema sólo está empezando. Mis compañeros calculan una estancia media para estos pacientes superior a 14 días. Si están en lo cierto, y contabilizando sólo 50 ingresos al día (pronto serán casi 100 diarios), antes de 10 días estaremos colapsados.

    16 de marzo

    “Diario del Año de la Peste”

    Es lunes, 16 de marzo, y ya hemos suspendido todas las consultas de Neurología. Llamamos a los pacientes y les explicamos que consideramos peligroso para su salud que acudan al hospital. Pasamos la visita telefónicamente. La gente no protesta: tiene miedo, acepta no venir. Esa misma noche envío a mis compañeros el primer correo que titulo en el asunto como “Diario del Año de la Peste”. En él explico que a partir de ahora el cuadrante de trabajo programado meses antes queda anulado, y cada uno ha de personarse donde diga el correo de la tarde anterior. El título es un pequeño homenaje a Daniel Defoe, y su famoso libro, que recrea la epidemia de peste de Londres del siglo XVII. Aunque literatura de primera, les recomiendo no leer el Diario justo ahora; demasiado crudo, no conviene a la moral de esos días. Por la mañana he quedado con mi cuñado y me he traído una máquina de ozono industrial de las que ellos tienen para esterilizar bodegas. A partir de entonces, y hasta hoy mismo, será un elemento esencial en nuestro trabajo.

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    Veteranas enfermeras caen

    Cada mascarilla, cada traje EPI, cada cobertor, será ozonizado por turnos. De esta manera podremos reutilizar el escaso material disponible. Hablo con Enfermería de la planta. Es increíble, pero en poco más de una semana la inmensa mayoría de enfermeras veteranas, gente con la que llevo compartiendo trabajo más de 15 años, está ya enferma. Eso incluye a Cristina nuestra supervisora. También su sustituta y la sustituta de la sustituta caerán enfermas en los siguientes días. La sensación cuando circulas por la sala casi es de pánico.

    El 80% del personal directivo ha caído

    Son apenas 25 metros los que separan el control de enfermería del despacho de sesiones, pero me sorprendo cada mañana mirando donde piso, empapando continuamente los pies en paños mojados de lejía, y las manos en gel hidroalcohólico, que está por todas partes. No solo las supervisoras del hospital y la mayor parte de las enfermeras están de baja o aisladas en cuarentena, algunas también se encuentran gravemente enfermas, y el 80% del personal directivo ha caído igualmente.

    21 de marzo

    El día 21 me piden que me incorpore a las tareas de dirección. Junto con tres compañeros, nos encargan la organización de los equipos de personal médico para integrar los equipos COVID.

    23 de marzo

    Es lunes, 23 de marzo, ocho de la mañana, y la reunión en Dirección es muy tensa. La gente está cansada, todos tenemos miedo y no existe un único criterio a la hora de organizar los turnos de trabajo. Hay varias reuniones más en Dirección cada día y otras muchas por skype o whatsapp, por la tarde y por la noche. Casi todos los infectólogos están de baja, y hay muchos internistas y neumólogos aislados o enfermos. Al final es necesario incorporar a todos los especialistas del hospital a los equipos que atienden enfermos coronavirus.

    El hospital, sin camas

    En la tercera semana de marzo las camas del hospital han sido superadas. Mientras en la calle existe una enorme presión para que se abra un hospital de campaña como el que ya funciona en Ifema en Madrid, en Dirección se decide mejor ampliar espacios en Hospital Perpetuo Socorro, donde la instalación de oxígeno ya existe. La colaboración de los médicos de aquel centro es total, la serenidad de geriatras, neumólogos e internistas tranquiliza a los que hablamos desde el General. Los equipos de mantenimiento del Hospital trabajan con imaginación y valentía para instalar allí nuevos recursos. Mi responsabilidad se limita a la organización del personal médico en los equipos COVID, y desde el principio noto que tengo la ayuda de todos los jefes de Servicio, que hemos creado un foro de contacto.

    Mayores de 50 años, a salvo

    Siguiendo las gráficas de riesgo por edad de los facultativos que se han publicado en base a la experiencia china e italiana, decidimos mantener a los médicos mayores de 50 años en atención telefónica y todos los demás por debajo de esa edad son directamente reclutados a los equipos coronavirus. Nadie expresa quejas, salvo algún cincuentón solidario que de ninguna manera quiere quedarse atrás. Durante varias semanas estableceremos turnos en decenas de equipos de al menos 8 personas para atender a los miles de pacientes que vamos a ingresar. Puede haber diferencias de opinión en cuanto a la distribución de los equipos, pero no hay otras.

    Sin descanso

    Se trabaja sin descanso 7 días a la semana las primeras semanas, después decidimos dar al menos un día libre a cada médico. No es sólo un descanso físico, se trata también de una necesidad psicológica. Mis compañeros neurólogos, implicados como el que más en estos equipos, me hacen llegar esbozos de la tragedia. De repente, se me aparecen personas que solas en la habitación y boca abajo pasan horas sin ningún entretenimiento diferente a concentrarse en cada respiración, sin ningún contacto con familiares ni amigos, disponiendo tan solo de la palabra amable del médico o la enfermera que, superando el miedo, se paran a conversar con pacientes de los que pareciera que sale la muerte en cada bocanada. 

    La angustia de las familias

    De repente, puedo imaginarme la angustia interminable de la familia que recibe cada día una llamada de teléfono en la que en 2 minutos se condensan horas y horas de incertidumbre y plegarias. De repente, puedo ver la impotencia de los facultativos que saben que el paciente va a ir mal, pero se han quedado sin armas para seguir combatiendo. Cada semana hay bajas nuevas y nuevas personas que se incorporan a los equipos. Médicos de titulación que hace años que no pasan visita a enfermos, porque son anatomopatólogos, analistas, radiólogos… y que sin embargo aceptan con profesionalidad esta nueva y necesaria función. Muchos descubrirán estos días otra vez el porqué de su vocación primigenia.

    Los recién licenciados

    Hasta que llega la fecha en la que ya no quedan más sanos, y llamamos a los recién licenciados. Son voluntarios, pero acuden todos. Conmueve verlos llegar, tan serios y tan dispuestos, a enfrentar a un enemigo silencioso que es dibujado en los medios de comunicación como el gran leviatán. Todos quieren ser contratados, pero solo podemos contratar a algunos. Al observarlos allí escuchando las explicaciones de neumología e infecciosas es imposible obviar el símil de la guerra y los nuevos reclutas. Trabajarán sin descanso y sobre todo serán savia nueva que levantará el ánimo de los más veteranos que llevan ya muchas semanas en la brecha y vuelven a sentirse maestros además de médicos.

    Abril: doblegamos la curva

    A principios de abril está ya preparado el hospital de campaña en la Facultad de Medicina. Existe un problema de difícil solución con la oxigenoterapia allí y con la distribución de nuevos equipos médicos asignados a este gran espacio, y de repente, como por milagro, por fin la curva se invierte, los ingresos empiezan a caer, las altas superan a las admisiones.

    Hemos ganado el pulso, y a mediados de abril llega por fin el día en que no es necesario suplementar con otros especialistas a los compañeros de urgencias, infecciosas, geriatría, neumología e interna. La REA y la UVI siguen llenas, pero sus médicos han soportado la crisis enteros psicológicamente y con menos bajas que los que atienden las plantas.

    13 de abril

    Espero que el camino que hemos andado no haya sido en círculo

    Es lunes, 13 de abril, y ha acabado mi misión y la de mis compañeros Emilia, María y Pedro. Vuelvo a dedicarme plenamente a mi servicio. Aún seguiré enviando un correo del Diario del Año de la Peste hasta el 29 de junio. Ese día escribo en el texto que agradezco a mis compañeros la generosidad que han mostrado, el buen ambiente nunca perdido, el esfuerzo incondicional, la disciplina, la valentía, y además de todo ello la voluntad y capacidad para querer aprender incluso en tiempos de pandemia. Espero no tener que volver a escribir semejante diario nunca más. Espero que el camino que hemos andado no haya sido en círculo.

    Residentes

    En el recuerdo queda la enorme disposición de todo el personal sanitario, pero quisiera destacar la de los médicos residentes. Los más jóvenes, como siempre, han sido los más desprendidos y los más esforzados, en noches interminables al cuidado de demasiados enfermos, enfermos demasiado graves. Creo que ninguno de ellos olvidará esta experiencia en toda su vida.

    Imprescindible, no olvidar a quienes se han quedado en el camino

    Es lunes, 29 de junio. En las últimas semanas he vuelto a ver las mismas caras conocidas de siempre en mi planta. Enfermeras y auxiliares de toda la vida, de nuevo al trabajo, la inmensa mayoría, por fortuna, recuperadas. Pero no podemos olvidar a los que se quedaron por el camino. En homenaje a ellos es imprescindible no olvidar

    Este artículo se ha publicado en la revista del Colegio de Médicos de Albacete.

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