• A veces, rozo baldosa y vuelvo a volar

    El Autor

    Sara Manzano

    Periodista, profesora y paciente

    Hace tiempo que pienso que el mundo está al revés. Pero en últimas épocas, tengo la sensación de que alguien, de inmensas manos, ha cogido la bola terrestre, le ha dado un par de vueltas para observar detenidamente el azul de sus mares en contraste con el marrón de la tierra, y en esa observación se ha encontrado con muchos pequeños puntos, millones de puntos, moviéndose a toda prisa hacia todas direcciones. No le ha gustado lo que ha visto y ha zarandeado la bola para deshacerse de ellos, algunos de los cuales se han desprendido como lo hacen los ácaros de la alfombra que está siendo sacudida.

    Sara Manzano opinión paciente cáncer
    Fotografía: Nacho Tárraga

    Puntos insignificantes

    Uno de esos insignificantes puntos, llamémosles personas, podría ser yo. Incluso tú. El impotente ser, que nos ha sacudido, podría ser un extraterrestre, o un virus, llamémosle COVID-19. Y en ese estado de suspensión, similar al recorrido de las partículas de polvo antes de tocar suelo, nos encontramos, tratando de ser más fuertes que la mismísima ley de la gravedad. No sé vosotros, pero en mi caso, a veces, rozo baldosa y vuelvo a volar.

    Ayer fue el último día que rocé suelo. Sí. Resulta que para cuando llegó el monstruo de firmes manos yo ya me había desprendido de la bola y estaba tratando de volver a engancharme a ella. Hace tres años me diagnosticaron una leucemia. Así que yo ya sabía lo que era precipitarse al vacío. Un vacío en el que sientes la sombra de la muerte, persiguiéndote. Ahora parece que todos coqueteamos con la muerte, cada uno a su manera, unos consciente y otro inconscientemente; unos con más y otros con menos respeto. Pero es que resulta que mientras le damos alas al monstruo, al extraterrestre, las partículas de polvo siguen su devenir y se nos está olvidando poner la red para que no se pierdan en el vacío.

    Os voy a contar mi propio recorrido, no por una cuestión de autobombo, sino porque sé que representa, a grandes rasgos, el de muchos, razón por la cual pasa de ser una historia aislada a una gran injusticia a la que no miramos de frente.

    La vida antes de la leucemia

    Cuando me diagnosticaron la enfermedad trabajaba impartiendo clase en una academia, con los contratos chapuza que ello supone. Mal firmados. Ya lo sé. Estas enfermedades conllevan largos periodos de baja laboral, pero a nadie le importa si tu baja queda reducida a cien, doscientos, o mil euros. Qué más da. Tú lo dejas pasar, porque todos los objetivos han desaparecido y se han transformado en uno solo: preservar la vida.

    Después, la salud empieza a mejorar, avanza por un recorrido largo y pedregoso, de subidas y bajadas; porque cuando no es una prueba es otra, cuando no hay que calibrar por un lado es por otro. Y porque somos personas, y la carga psicológica es enorme. Y, de repente, un día, cuando estás mejor y con fuerzas para retomar tus proyectos pasados, llega el extraterrestre y zarandea. Y tú caes de los primeros porque no pisabas firme la bola, estabas comenzando a subirte de nuevo a ella.

    Así que, se te vuelven a limitar las opciones, y te sientes en esa suspensión infinita entre rozar el suelo definitivamente y alcanzar la tranquilidad. Reflexionas y te das cuenta de lo complicado que va a ser volver a la vida de antes. Llevas años sin trabajar, sobreviviendo con unos ingresos que no dan para vivir, y sin un camino certero por el que continuar porque si algo ha sembrado el extraterrestre es incertidumbre.

    Hay que proteger a los pacientes

    Y entonces, te serenas, y te autoconsuelas pensando que lo importante es que vaya bien lo que tiene que ir bien. Lo demás es secundario. Pero esa opción tampoco te convence y quieres gritar al mundo que hay que proteger a los pacientes que han sufrido o sufren cáncer. Pero que hay que hacerlo de verdad; conociendo cada caso, aportando soluciones al paciente, ofreciendo ayudas que sean ayudas, y apartando piedras del camino, no poniendo rocas. Porque cada paciente es distinto, es único.    

    Pero cuando, por fin, eso fue ayer, te toca cita telefónica con la Seguridad Social, nadie te escucha, y te mandan a tu ordenador, a enviar solicitudes vía telemática y, en el peor y más surrealista de los casos, te cuelgan el teléfono. Así que sí. Ayer volví a rozar baldosa, pero solo para coger impulso.

    Comentar

    Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

    *