• Caminar para respirar: Pozo Cañada

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería. Crónicas de un caminante

    Sierra de  la Calzada

    “Caminando de esta forma, notas que el prana entra y sale de tu cuerpo de forma natural” El pequeño libro de la respiración, S. Shaw

    Desde Albacete por la autovía hasta Pozo Cañada para continuar por la carretera general hasta el km 283 en donde nos desviamos por un carril a la derecha, y aparcamos debajo de una encina dulce un poco más adelante. Aunque luce el sol la tarde es muy airosa. Bien abrigados y mochila en ristra iniciamos el camino. Un hongo, pisólito tintóreo,  de grandes dimensiones,  arranca la primera foto y, al  manipularlo, una pequeña nube de óxido marrón oscura. El parón andador de estos dos últimos meses en los que hemos hecho las Américas, New York e Iquitos, nos estimula para ponernos al día.

    Y tras la tormenta verbal llega la calma y el caminar consciente con elementos de la vida presente. Y así, inhalando y exhalando, elevamos el caminar casi a un nivel de meditación, más que una simple actividad física. La sierra de la Calzada a unos cientos de metros más adelante, que con la energetización y activación cardiovascular incipiente, nos sugiere ir aliviando pertrechos. Avanzamos entre llanos en barbecho y pinares de la Calzada, hasta que iniciamos su subida campo a través. Es un monte amable, pudiendo sortear fácilmente los chaparros que nos incomodan al paso.

    Un fósil amonites, molusco cefalópodo, nos recuerda el pasado marino de estas tierras, y cuando nos damos cuenta ya estamos a tiro de piedra del punto geodésico. Hemos ascendido hasta los 983 m y ahora volvemos a abrigarnos. Aprovechamos las vistas panorámicas para tomarnos un té verde y un par de dátiles. Identificamos, como no, al guardián de la sierra (Padrastro), las Almenaras, La Albarda, la sierras de las Cabras, probablemente los picos Remolcadores y Yelmo con sus cumbres nevadas, las sierras del Carche y Yecla pueblo, Monte Arabí, el Mugrón, Chinares, Mompichel y Chinchilla, especialmente visible. Debajo de nosotros a nuestra derecha la Casa de la Villa, color ocre relumbrón, y detrás la sierra del Chortal llena de molinetas y Ontalafia con su laguna, a la que vemos dirigirse algunas bandadas de patos. Continuamos por la cuerda algunos cientos de metros más, para contemplar estos contrastes de picos y valles, e iniciamos el descenso por un barranco en la otra ladera.

    De pronto, donde el sol ilumina una zona de umbría, levanta un cernícalo y en ese momento vemos un zorro con un denso pelaje  que va a ocultarse tras unos pinos. Nos parece que entre ambos hay una buena sociedad, posiblemente para sacar tajada, ya que el cernícalo planea por encima del zorro a muy poca distancia.

    Una vez abajo, junto a almendros electrificados y vigilados por perros que airean nuestra presencia, elegimos un lugar para, con los últimos rayos de la tarde, tomar un bocado. El terreno es muy pedregoso y en una gran losa ponemos la mesa: filete de lomo rehogado con espárragos y tomate, encurtidos variados, alitas fritas con vinagreta y ajo picado, y un trago de un afrutado syrah de Tomelloso que dormía casa Manu. Con renovadas energías, y disfrutando de la puesta de sol con tonos rojizos, avanzamos entre pinos y almendros.

    Hay instalados numerosos comederos que engordan a las presas de los cazadores. Y de pronto ¡la punta de un rabo blanco que  avanza entre las cañotas del viejo rastrojo!. Tanto el nuevo zorro como nosotros activamos nuestros sistemas defensivos, inmóviles o avanzando lentamente hasta una nueva quietud y así varios minutos, en los que finalmente somos descubiertos y en veloz carrera se pierde entre los pinos. ¡El zorro! Y el aleteo rápido de las perdices parece descubrir la misión, abortada, del raposo.

    Etapa tranquila, para ir retomando. Han sido 8,5 Km, con una  subida de 250 metros, en tres horas.