• La vida inesperada

    El psicólogo Rigoberto López, profesor de la Facultad de Enfermería, cuenta su experiencia como paciente de Cardiología

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería y paciente de Cardiología

    Una buena película la de domingo por la noche en la 2, de Torregrosa. Las entretelas de Nueva York, una ciudad a la que acude y de la que se va mucha gente. En sintonía con las historias, mi corazón empieza a latir de una manera alocada, como tantas otras veces, pero más tiempo, hasta que se calma. Por la mañana temprano, en la meditación, resurge su atolondrado ritmo. No lo comento, aunque lo pienso, ni a mi mujer, ni a un amigo con el que tomo café, por no oírme decirlo.

    Rigoberto López paciente Cardiología

    De camino al trabajo valoro si irme a urgencias directamente, aunque la inercia me lleva al despacho. En el trayecto recuerdo a amigos y familiares que tuvieron o han tenido problemas cardiacos.  Sentado en mi mesa sigo escuchando la desafinada orquesta, cojo el teléfono y llamo a un amigo, “por lo que me dices lo mejor es llamar al 112”.

    En 15 minutos un retén de batas verdes está cosiéndome a preguntas, pinchándome, poniéndome sensores en el pecho, haciéndome mediciones y electros. “Es nuestro”, dice el maestro de ceremonias, “te vienes con nosotros que te estudien el corazón”. Sólo me dejan el móvil y la ropa que me han quitado y en la camilla me llevan por aquellos pasillos fríos a la ambulancia. Mis compañeros y amigos presentes se ocupan del resto y de los contactos necesarios.

    Un protocolo bien organizado está en marcha. Percibo competencia y amabilidad. Oigo palabras cariñosas entre ellos y hacia mí que son de agradecer en estos momentos, ¡Querido! Todos me han dicho su nombre, aunque no los recuerdo, sólo el de Molina, el enfermero. Ya en el hospital, lo primero que veo es una cara amiga, y entre las enfermeras que me atienden algunas más, “se recoge lo que se siembra”, dice el cardiólogo.

    Pruebas y a Observación. Al poco llega mi mujer, avisada en el trabajo y que conociéndola no me dejara ni a pie ni a pata. Después de los primeros cuidados y la información preliminar, viene la calma.

    Arritmias

    Lo que el cardiólogo me dice es lo que va cobrando forma en los días posteriores, arritmias y ablación, palabra fría y punzante.  Es un servicio con boxes abiertos, donde abundan ruidos y pitidos de diferentes cadencias e intensidades, donde se conversa desenfadadamente, con ir y venir de personas y en espera de resultados.

    Un lugar frio y gris. Las enfermeras de prácticas dan cuenta a su tutor de las vicisitudes del fin de semana, y hasta de cómo va la cosecha de la oliva. Frente a mí, en el otro extremo de la sala, una señora mayor pasa la mayor parte del tiempo adormecida, en tanto el aparato de su mesilla traza una gráfica y altera puntuaciones de 50 a 130.  Tiempo de pensares. En el box de mi derecha una voz potente y dicharachera que hace reír a las enfermeras. A mi izquierda algo no va bien. Los resultados de la PCR tardan.

    Mi compañero

    Rigoberto López paciente Cardiología

    Al final de la tarde me suben a la planta de cardiología. Me instalan junto a la ventana, C. Casi a la vez, toma posesión el de la A. Yo por arritmias y él para un marcapasos. Los dos nos manejamos con las relaciones sociales. Nos presentamos y ponemos las primeras notas de humor para agradarnos la estancia en este hotel.

    Luego, tirando de la hebra, descubriremos conocidos mutuos. Y lo que es más importante, estamos de acuerdo en solicitar un vino tinto de la última añada para acompañar el menú. Ambos estamos conectados con sensores en el pecho a un aparato que vía wifi manda la información a un ordenador en el control, donde siguen nuestras pulsaciones, será inseparable a lo largo de nuestra estancia.

    Mi mujer

    Una, entre tantas, de las peculiaridades de mi compañero es su somniloquio, en los que mantiene largas conversaciones y hace ruidos, que nos hacen reír de madrugada. Otra circunstancia es el lio que se hacen las enfermeras a la hora de darle su toma de medicación con cada comida, que requiere llamar a la médica para aclararlo. La cuestión se dirime haciendo caso a sus cuentas, que lleva años tomándolas. Completamos la habitación su hija y mi mujer, que salen por turno o excepcionalmente.

    El segundo día por la mañana entran corriendo las cardiólogas con el carrito, el pitido del ordenador detecta taquicardias y vienen a realizarme un electro. Yo también las había detectado, pero estábamos leyendo tan ricamente y esperaba que se pasaran. Mi mujer me mira alucinada. ¡Tendré que decírselo la próxima vez! Pero la costumbre es tan antigua que el hábito de no decir nada me habría podido enmudecer. Luego vienen de endocrino, pregunta y me toca el cuello. ¡Claro, si van buscando por todos lados algo encuentran! Al día siguiente analítica. Dan el alta y sugieren seguir explorando por atención Primaria.

    Rigoberto López paciente Cardiología

    Mis hijas

    Entre tanto, algunos días, nos vamos escapando un instante a la terraza de la planta, porque abajo en la calle esperan mis hijas y su abuela para vernos la cara. Dos minutos muy intensos y emotivos. “¿Estarás para nuestro cumpleaños en casa?”. La punzada es más grande que la taquicardia. Luego me enviarán dibujos y un video tocando el violín. Cada rato hacemos videoconferencias para contarnos cosas. Están blandicas. ¡Estamos blandicos! Tal vez lo más difícil de llevar.

    La planta es tranquila y un pequeño y variopinto ejército de profesionales realizan sus tareas sin descanso, no se percibe estrés. Estudiantes de prácticas, enfermería y medicina, acompañan a sus tutores. Como esponjas embeben las informaciones que les transmiten y realizan prácticas rutinarias, tensión, saturación, escuchas por aquí y por allá.  

    Las médicas pasan por la mañana y nos dan el parte, explicaciones fácilmente comprensivas y con ejemplos. Celadores, auxiliares, limpiadoras, mantienen la planta limpia, nos llevan y traen y acuden a nuestros requerimientos.

    Buen menú y pijama sexi

    La comida, con dos menús a elegir, está rica y bien preparada, solo la sal se echa un poco de menos y el vino que no llega. Tenemos pijamas de diferentes modelos, uno de ellos muy sexi, abierto por la espalda con dos cordones de cierre, y transparencias hasta el culo, son renovados diariamente, junto con las toallas.

    He tenido la suerte de encontrarme con muchas enfermeras y enfermeros a los que di clase, y ahora me siento en buenas manos. En un caso, en particular, me siento además de atendido comprendido, la persona en cuestión es una profesional compasiva, “no anticipes”, da en el clavo.  Por regla general quienes nos han atendido se han presentado y nos han dicho su cometido. A veces con un poco de prisa. ¡Necesitamos que nos miren a la cara, que nos llamen por nuestro nombre, que nos hablen tranquilo y clarito, que no tengan prisa!

    ¡Viva la sanidad pública! 

    Recibo algunas visitas de amigos de la casa, que conversan con Pilar y conmigo. Durante el confinamiento  aplaudíamos en los balcones y yo brindaba, casi diariamente, por la Sanidad Pública. Ahora, inmerso en este ámbito, me siento orgulloso de disponer de este sistema de salud que, con fallos y carencias, debemos defender como uno de nuestros valores más preciados. Y es que valoramos la salud cuando la perdemos. Pero cuando la perdemos necesitamos los cuidados necesarios para restaurarla, en la medida de lo posible, sin que el coste de estos sea un inconveniente añadido. ¡Viva la sanidad pública! 

    “No anticipes”

    Será el lunes temprano cuando me realicen una prueba diagnóstica (E.E.F) y una ablación. Parece que dura varias horas y, según me dicen, no es agresiva. Aunque deseando que sea cuanto antes, estas informaciones me van generado temor e incertidumbre. Vamos que me voy acojonando…”no anticipes”. Por mi cabeza pasan la posibilidad de experimentar dolor, desesperación, o resultados contradictorios que se contrapone con mi actitud de aceptación y control. Procuro meditar y desapegarme de mis pensamientos…”no anticipes”. A la vez quiero saber y poco a poco me voy documentando con la ayuda de mi enfermera privada y otros. También Internet facilita lo que busco, por cierto no va muy bien en la planta, aunque tengo que ser prudente para no encontrar más de lo que necesito.

    Mis Andarines del Diario Sanitario me sorprendieron dedicándome la última ruta, Las Mariquillas. Algo muy emotivo y de agradecer. A partir de ahí he recibido muchos mensajes, llamadas de ánimo y deseos de recuperación, incluso de gente que no esperaba.

    Los días transcurren con pocos sobresaltos. El microclima de la habitación es agradable. Mis compañeros y yo estamos “ejercitando el banco de la paciencia”. Esta es una de las frases que más nos repiten y más pensamientos nos sacan. 

    Ahora somos tres en el banco de la paciencia

    Ahora estamos tres personas ingresadas. El tercer compañero será intervenido en una semana en una clínica concertada. Su estado es el más preocupante. La mayor parte del tiempo esta adormecido, cansado y tal vez agotado por la clínica soportada en los últimos días. Pero, ocasionalmente, entra al trapo del desenfado y la ironía. Lo peor que lleva es la comida sin sal y aunque se esfuerza por ir comiendo un poco, se nutre de leche. Cada uno estamos más o menos tocados, pero existe un buen clima, y compartimos experiencias y afectos. Juan pasa muchas horas mirando al techo y escribiendo en su libreta, tal vez las cuentas de su abundante medicación, que maneja como un experto.

    Alfonso durmiendo o adormecido y sacando ¡ays! y bostezos. Yo ensimismado en lecturas, escritos y contemplaciones. Tras los ventanales hay un submundo impresionante. Mirando hacia abajo pueden verse el movimiento de gente con bata verde trabajando, gente llorando, saludando contenta, dibujando con el dedo en el cristal…hasta sesiones clínicas tempraneras.

    Rigoberto López paciente Cardiología

    Las vistas

    De frente, montones de ropa, tejados, grandes tuberías que a veces desprenden bocanadas de humo, la vida en los balcones de las casas del fondo, sus luces por la noche. Y hacia arriba el ancho cielo que siempre sorprende,  con sus colores, nieblas tempraneras, viento, días nublados, chispeos y aguaceros, sol, nubes algodonosas, atardeceres, estrellas. Y sobre todo me ha llamado la atención el ir y venir de los tordos, por la mañana y al atardecer, en grandes bandadas y sus vuelos en picado hacia los pinos cercanos para coger plaza para la noche. También el revoloteo de palomos de tejado en tejado, su zureo y la insistencia que ponen cuando algo les interesa. Y hasta un cernícalo primilla que algunas tardes daba su planeo por esta plaza. 

    Juan, con marcapasos; Alfonso, a corazón abierto y yo, en capilla

    A final de semana le ponen el marcapasos a Juan, todo ha ido bien y está aquí nuevamente sin haber perdido el humor ni el apetito. Yo, ya rasurado y con una nueva vía, en capilla para que el lunes, día D, me hagan el paseíllo, “no anticipes”. A Alfonso lo trasladaran a otra clínica para operarlo a corazón abierto. Nos damos los respectivos teléfonos para ir sabiendo.

    Mi hijo ha venido de Barcelona a darme un abrazo. A mi nieta se lo daré cuando salga, aunque ya se ocupan sus tías de entretenerla y sacarle chillidos. Un cartel en la mesita de mi cama pone Ayunas, Ablación + E.E.F. Fecha 30-11-20. ¡Esta noche sí me tomo el lorazepam, que mañana nos vamos temprano El Tieso, Alfonso y yo a buscar setas!

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