• De Lezuza al Cantacucos, pasando por Libisosa

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología y dentista

    Con el último bocado, los andarines de Diario Sanitario salimos para Lezuza (Albacete) sin saber que vamos a hacer un viaje en el tiempo hacia Libisosa antes de llegar al punto geodésico Cantacucos. Hay que aprovechar las horas de luz. Junto a la Iglesia de La Asunción, aparcamos e iniciamos ruta. Hoy vamos la editora, el hombre brújula y el bardo. Todo un clásico.

    Salimos para Lezuza (Albacete) sin saber que vamos a hacer un viaje en el tiempo hacia Libisosa antes de llegar al punto geodésico Cantacucos

    Otra ruta con encanto

    Nos dirigimos al Cerro del Castillo. Cruzamos el río y subimos hasta el cementerio, que desprende un característico olor a flores de iglesia. ¡Aún están contentos los difuntos de tantas vistas recibidas! A la derecha, una planicie donde tres culturas se superponen, íbera, romana y medieval.

    En el parque arqueológico de la colonia romana, Libisosa, los operarios fijan las piedras de las antiguas domus, a uno y otro lado de la calle que recorre el cerro. Nos observamos, ¿esta gente qué querrá? Seguimos nuestra marcha hasta la parte alta, delimitada por una muralla. Un panel informativo nos recuerda que estamos en el Foro, centro de la actividad pública. A su lado, la Basílica, cuyos basamentos de columnas nos permiten fantasear con su pasado esplendor.

    Y, de un salto, nos encontramos en la Edad Media, frente a la Torre Vigía que corona el cerro, hoy flanqueada por un mar de leche cortada. 

    Salimos por la puerta sur de la muralla romana, dejando a Sertorio, procónsul de la Hispania Citerior, y sus guerras de la Hispania Romana Republicana, para adentrarnos en el monte por una senda junto a plantaciones de pinos.

    En las proximidades de la Casa del Roble salimos al camino que seguiremos por el Cerro Corredor, sembrado de placas solares y molinetas (parque eólico de Lezuza) hasta Cantacucos, 1067 metros, la mayor altura de esta zona.

    Los vestales

    Pero antes tendremos que lidiar con los vestales. Parodiando la historia, en este caso en vez de sacerdotisas romanas de la diosa Vesta que custodiaban el fuego sagrado, son chicos fornidos conductores de furgonetas que vigilan el buen funcionamiento de las nuevas energías que crecen en estos parajes.

    Tal vez por su influjo, nuestra editora pone culo en tierra y hace honor a su nombre. Un pequeño hematoma asoma en la cabeza del metacarpiano, aunque no parece que tengamos que abandonar por ello. Aunque contrariada por la tontería de caerse sin motivo, seguimos la marcha ascendente entre carrascas, matarrubia y plantas bajas. De cuando en cuando, almendros y manchas de pinos. Y placas solares y molinetas, que nos aburren con su quejumbroso sonido.

    Casi en lo alto, una pequeña manada de galgos nos sorprende con su trote en tanto se entrenan para próximas cabalgadas liebreras. Hasta la redactora, miedosa con los perros, en general, en esta ocasión se relaja en su cercanía.

    Llegamos a Cantacucos y nos sentimos un tanto defraudados. No encontramos el punto geodésico, que resulta estar en el tejado de una casa vallada, junto con una torreta de antenas que son las que destacan. Los pinos circundantes nos impiden la visión del entorno.

    Así que aprovechamos para sacar a relucir unos bollos de mosto con chocolate y mosto líquido, que coincidencia, y el té con hierbabuena, en tanto tomamos los últimos rayos de sol de la tarde. De reinicio, una pequeña colonia de pedos de lobo y algunos champiñones, nos alertan de algunas otras pobladoras, aunque no damos con ella. Y los abundantes cantos rodados y tomillos auxilian a alguno en tan necesaria tarea, cuando aprieta. Como hace tiempo nos ilustraba en su libro Kathleen Meyer, ‘Cómo cagar en el monte‘.

    Ahora, a campo abierto, gozamos de un estupendo altiplano vigilado por carrascas en sus pedestales de tierra (extracción de zahorra) y en donde transcurren rutas marcadas entre Lezuza, Tiriez, El Bonillo y El Ballestero.

    Con la caída del sol, la tarde se ha vuelto fría y, tal vez por eso, nos animamos a bajar un buen tramo de carril correteando hasta la Casa del Vado, dejando a nuestra derecha el Vallejo de la Madera. Mas sosegados, circundamos el Cerro del Castillo por su cara oeste, y descubrimos la senda que nos llevaría al inicio si la siguiéramos.

    Salimos para Lezuza (Albacete) sin saber que vamos a hacer un viaje en el tiempo hacia Libisosa antes de llegar al punto geodésico Cantacucos

    Pero preferimos andar esta parte de la vega junto al rio Lezuza y llegarnos al coche para ir a visitar a nuestro amigo Lorenzo en Tiriez, sus tomates, patatas asadas e hígado a la plancha. Atrás quedó la zorreja husmeando en la cuneta. Y cada mochuelo a su olivo. Han sido casi 12 km, con un desnivel acumulado de 215 m en poco más de 3 horas.

    ➡️Aquí puede consultar la ruta en Wikiloc

    ➡️ Tiene otras rutas en la sección ‘Senderismo’

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