• Entre Híjar y el Tortolón encontramos el paraíso

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Llegamos a Híjar y nuestro aparcamiento junto a una construcción de cuatro plantas está libre, ¿quién dará licencia para este disparate? Nos pertrechamos e iniciamos la marcha, hoy acompañados por dos amigas, tertulianas de pro.

    Fotografías: Manuel Martínez Vergara.

    La ruta discurre junto al río Mundo hasta unos kilómetros antes de la presa, cerca de Liétor. En la última nos llamó la atención estos parajes angostos y poblados de amarillos otoñales y optamos por explorarlos. Una señora nos saluda y nos da ánimos para el recorrido. Sus dos perros también lo hacen.

    Cruzamos el oleoducto y seguimos por una senda que va por debajo de La Losa

    El recorrido es mayoritariamente por senda, aunque también, arroyos, carril y abriendo trocha buscando salida.

    Casi desde el inicio comprendemos que no será fácil, encontrando alguna alambrada interpuesta o montones de leña seca que pretenden impedirla. Pero también desde el inicio los paisajes, colores, olores, y fantasía que nos proporciona las tierras calizas y las piedras erosionadas nos sacan exclamaciones de júbilo.

    El valle es muy frondoso tanto en frutales como en cañaverales y otras plantas. Los caquis están repletos de frutos, sus hojas rojizas y sus frutos anaranjados nos tientan, pero aún verdes nos pondrían la boca seca como un gatete; los granados están pletóricos, y sus frutos con un color rojizo intenso, muchos abiertas por la maduración y muy ácidos, que hacen difícil comerlos. Un olor característico delata la presencia de membrillos, muy abundantes, alguno de los que seguirá oliendo en nuestros armarios y alimentando nuestros recuerdos autobiográficos.

    También las manzanas se hacen notar, aunque las moscas las encontraron antes que nosotros y depositaron en ellas sus huevos. Las parras no faltan en los cortijos y caseríos que vamos pasando, sanas y sabrosas, siendo un buen recurso para insectos y pájaros.

    Los melocotoneros, ya sin frutos, doran el valle y las nogueras e higueras abundan en todo el trayecto. En fin, ¡un enclave privilegiado por la Naturaleza! Continuamos la senda y bajamos hasta la orilla del río por una senda labrada en piedra que nos recuerda a Meca en pequeña escala, en palabras de la alperina que nos acompaña, y  encontramos un fósil de concha de gran tamaño.

    La senda va reuniendo toda la gama de posibilidades, tramos con su horma de piedra medianamente conservada, otros donde está insinuada o casi desaparecida, pegada a las paredes de la montaña para salvar la maleza adyacente, y en ocasiones teniendo que reptar para esquivar las zarzas y espinos que la cubre, pero siempre tras la dificultad encontramos nuevos motivos con los que sorprendernos, y con el ruido del agua de fondo. Los chopos y sargas jalonan el itinerario y las chumberas, ya secas, proliferaron en estas tierras.

    Los restos de cortijos dan cuenta de la cantidad de gente que hubo de vivir aquí, en un valle productivo y con un clima suave al estar flanqueado por montañas, una auténtica olla. Después de cruzar la Rambla de La Fuente del Mojón, entramos en una zona muy peculiar donde resalta un cortijo en buen estado. A su espalda el Cerro de Doña Josefa (787), con acantilados y roquedales que facilitan la fantasía, la rana y el buitre se reconocen fácilmente, y delante el Villarones (1055) Un ciprés es el punto central de una estructura simétrica en U de dos alturas, posiblemente dos casas, y un pequeño patio abierto entre ellas, donde un emparrado daría sombra al sentarse al fresco, ¿Doña Josefa?, y les proporcionarían postre unos cuantos meses. 

    Unos metros por delante las gorrineras y la cuadra, derruidas, donde los animales, gorrinos, aves y mulos tendrían sus aposentos, y en un ancho del valle las tierras de cultivo, cereales, vegetales, frutales y todo lo necesario para el sustento. ¡Tal vez aún pudiera ser un buen lugar para el retiro y la meditación! 

    Continuamos dejando atrás dos cortijos en ruinas, y un puente, y a partir de aquí los meandros se suavizan, y aprovechamos para el té de las 6, frutos secos y unas mandarinas. Restituidos seguimos la marcha hasta la Casa de Oliva junto a la Rambla del Tortolon, en donde dos cabras hacen poses para ser retratadas. Y un nuevo cortijo, Tortolón, por debajo de Prado David, donde el terreno en terrazas para cultivo de oliveras y cría de ganado ovino; abajo la casa y zonas cubiertas donde nos parece oír perdices y pavos reales. 

    Para su protección cuenta con una tropa pretoriana de perros ladradores que corretean a lo largo de todo el vallado. Cruzamos el río por el puente del Tortolon, y cambiamos de sentido, ahora por un carril paralelo al río. A la izquierda la Cueva de la Hiedra, y superpuestos Pantorrillas de Arriba (838) y Alfaro, que darían vista a El Ginete.¡Habrá que comprobarlo!.  Tras el puente, vallado y con candado, ¿?, cogemos una senda que va subiendo las laderas del Villarones, marcado por un GR, en muy buen estado y con unas vistas espléndidas por en medio del monte.

    Ya casi de noche, apercibiendo a nuestras andarinas para que hablen menos y anden más, llegamos al arroyo de Híjar que seguimos hasta el barrio donde las casas cueva, y cruzamos el puente donde los chopos se pierden en las nubes, para llegar al coche e ir regresando.

    A mitad de cuesta una inmensa luna llena que se asoma entre las montañas para despedirnos y, con parada en el Segoviano de Alcadozo para probar sus chusmarros y vino, rememoramos tantas cosas que nos han sorprendido. ¡Buena etapa y buena gente! Luego el nene nos dirá que han sido 9 km en 3,5 horas y 270 m de desnivel.  

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