El psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez proponen la ruta de Las Anorias para caminar y desconectar de la monotonía
Sentados en un banco a la entrada de Las Anorias nos calzamos las botas y nos abrigamos. Hace fresco y la mañana se presenta con nubes y claros. Posibilidad de alguna chaparrada. Por la casa del Alto, una aldea típica, con patio central, palomar y vivienda, iniciamos la ruta.
Los caminos divinos para andar después de las pasadas lluvias tal vez han sido realizados para la concentración parcelaria, o para acceder al parque eólico La Cuerda, que siembra de molinetas el cerro de La Muela, nuestras compañeras durante todo el recorrido que nos han ido susurrando con distintas intensidades para sacarnos de quicio.
Llegamos a la subestación eléctrica y seguimos hacia la izquierda. Esta mañana vemos numerosas furgonetas con operarios del parque eólico, todos con la misma pinta y sus gafas de sol que nos recuerda la película de matrix.
Y otra cosa que vemos con sorpresa son numerosos bandos de perdices que huyen ante nuestra presencia, tal vez como respuesta de alarma motivada por la reciente apertura del periodo de caza. Por el Camino de las Anorias, encontramos algunos majuelos que no han sido vendimiados y son cobijo de las perdices; cogemos nuestra ración de uva madura, tinta cencibel, posiblemente, fresquita y sabrosa, los racimos están apretados de granos pequeños y jugosos, y recordamos cuando trabajábamos nuestros mostos y sacábamos nuestro vino cosechero.
Las Zorras
Por el paraje Las Zorras seguimos hasta Casa de Santa Rosa, los gallos y gallinas se alejan un poco y una pareja de faisanes se esconden en el gallinero. A la derecha hay un aljibe y dos lavajos en donde nadan algunos patos. A la izquierda las casas y varias naves repletas de ovejas, y operarios enfrascados en sus tareas. Un perrillo viene a saludarnos y otro pastoril, atado, ladra a nuestro paso.
En el próximo cruce de caminos giramos a la derecha par subir al Cerro Collado donde empiezan las molinetas. Subiremos numerosas cotas de cerca de 1.000 m. Y al pasar de ahí, 1.001 m buscamos un abrigo, sopla el aire, para el tentempié de la mañana y contemplando un valle repleto de olivos con almazara incluida, y al fondo las montañas que hemos recorrido en las últimas rutas y que identificamos desde esta nueva posición, Cerrón, Cenajo, Fortaleza, Mainetón, y otras más antiguas, las Dos Hermanas, Madroño, Apedreado.
Lavajos y lagunas
Y en la búsqueda nos llama la atención una zona de lavajos y lagunas, cerca del Saladar, donde hay una montaña con posibilidades de que sea una morra, y que comprobaremos próximamente. Agradecidos por la comodidad que nos dispensan los asientos de esparto, los rayos de sol y reconfortados con los alimentos del día, seguimos el camino por el vía crucis de molinetas que a veces maúllan como gatos y otras parecen competir en ser más rápida al repetir su mantra.
El camino sube y baja, es propicio para meditar caminando. Paso a paso, complementando con el braceo y sonido de los bastones, enfocando la vista abajo, al suelo, se descubren numerosas plantas y flores, caparazones de caracoles, piedras de variadas formas, coloraciones de tierra, hongos diferentes entre los que llama la atención la amanita ovoide, y olores de plantas y especialmente de pinos.
El sonido de las molinetas
Al subir la vista a la altura de los ojos y atender a esa franja, se descubren variaciones de árboles y hojas en movimiento, con una representación importante de coscoja, estructuras cónicas de molinos, algunos acantilados y en la lejanía montañas y picos; se escucha el sonido repetitivo de las molinetas, a veces de las rachas de aire y ocasionalmente ladridos de perros en la lejanía.
Al subir la vista hacia arriba se descubren las copas de los árboles, especialmente pinos y carrascas que se mecen suavemente por el aire, el movimiento incansable de las aspas de los molinos, como si de un baile se tratara, y una inmensidad de nubes que se mueven con rapidez y hay que dejar de mirar porque genera una sensación mareante.
Por último, en un intento de rizar el rizo, cierro los ojos y me dejo guiar por el sonido de los pasos de mi compañero y el mantra de las molinetas, y lo consigo en pequeños tramos, sin desviarme apenas y sin que mi compañero se entere; ahora lo que más me invade es el sonido exterior, aunque también presto atención a mi sensación de la pisada, si hay algún elemento nuevo o cambia la textura del suelo, que me lleva a abrir ligeramente los ojos.
La Muela
Y en este momento mi colega me sugiere desviarnos hacia La Muela 1028m, unos impresionantes acantilados que hacen honor a su nombre. Un poco por una senda que baja al valle en dirección a Fuente Álamo, tal vez utilizada por los lugareños para visitarse, y otro poco campo a través, llegamos a cierta distancia de la mole de piedra, tras lo cual decidimos regresar al camino para ir planificando el descenso.
Desde el extremo de la cuerda, cerca de la carretera, nos orientamos hacia Las Anorias y vamos bajando, atentos por si algún níscalo se mostrara, y tras cruzar la Rambla de las Anorias, activa los últimos días y donde los conejos tienen sus fortalezas, entramos por el depósito del agua y la Casa del Alto. Desde aquí tenemos una vista del pueblo muy interesante y diferente a la de la carretera que lo cruza.
Tras cambiarnos, ya secos y cómodos, una informante nos aconseja Corral Rubio para comer, y después de una búsqueda por el pueblo decidimos probar en La Abuela y acertamos, cerveza Alhambra con panchitos tostados, ensalada, callos, chipirones, vino tinto monastrel de Albatana, postre y café, por un módico precio. Comprobamos que hemos andado 15,4 km, con un desnivel de 335 m, en casi 4 horas. Y el tiempo nos ha respetado, cuando salimos de comer está lloviendo y ya no para hasta media tarde.