• Las Cuerdas del Cid nos descubren el ‘Picorrón’

    El Autor

    Rigoberto López y Manuel Martínez

    Profesor de Psicología en la Facultad de Enfermería y dentista, bardo y brújula de las rutas

    Después de tres semanas sin salir, con mucho mono por mi parte (soy Terto), nos disponemos a disfrutar de esta tarde airosa y nublada con la subida a las Cuerdas del Cid. Por la autovía A30 nos desviamos a las Casas del Puerto, desde donde iniciamos la marcha.

    Saliendo de El Puerto y muy cerca de Casa de las Monjas ascendemos hasta las Cuerdas del Cid

    Un perro pastoril atado en la puerta de una nave agrícola nos recibe. También nos saluda el tractorista, tal vez sorprendido por nuestra presencia en esta aldea semiabandonada. ¿Esta gente qué querrá? Nos volveremos a ver mas adelante, en su monótona tarea de labranza, e incluso cuando tras dar de mano, se dispone a encerrar el tractor.

    Por el camino junto a las ruinas, bien abrigados, los cuatro andarines del día empezamos la marcha entre viñas que no parecen haber sido vendimiadas. Los ausentes han preferido el encaje de bolillos y el partido de la selección. Cruzamos la Rambla del Estrecho de Tobarra y llegados al Puerto de la Alforja iniciamos la subida a las Cuerdas del Cid. Va sobrando ropa, y aunque el aire sigue pegando, lo evitamos andando por la cara este de la cuerda.

    Hacemos la primera cumbre. A nuestra izquierda, separados por un valle que verdea y colorea con diferentes intensidades, brócoli, olivos en espaldera, almendros, viña y barbechos, está la Sierra del Apedreado y detrás Conejeros, El Madroño, y hasta difuminarse El Arabí y El Carche. Al otro lado, desde la Muela de Las Anorias, al Chortal, un amplio valle con aldeas y caseríos diseminados, Mizquitillas, Casa Blanca de los Rioteros, Casas del Puerto y entre ellos destaca la Casa de las Monjas, patria chica de Juan Antonio, senderista hoy presente y hablador, como siempre.

    Paciencia y maña frente al vértigo

    Un macho cabrío nos deja sin habla

    Proseguimos por la cuerda con las vistas a ambos lados, en busca del Picorrón, el de mayor altura, 953 metros. En varias ocasiones nos vemos obligados a descender para poder seguir dado que la cuerda es muy estrecha y a veces los bloques de piedra son cortados. Pero con paciencia y maña vamos avanzando. Y para nuestra sorpresa, tras unas matas de esparto se asoma la cornamenta de un magnífico macho cabrío que sorprendido huye por el cortado más cercano volviendo a verlo a la carrera entre los pinos.

    La fotógrafa se conforma con fijar en su retina la imagen, alucinada por el espectáculo inesperado. El Picorrón cada vez está más cerca, escondido entre esparto, matarrubia, algún pino y ajedrea aún en flor. La tarde está estupenda, el suelo blando y la temperatura cambiante según el lado de la cuerda por el que andamos. En las altas piedras de la cuerda amarillean algunos microorganismos.

    Tras unos pasos un tanto complicados, algunos miedos reaparecen acompañados de un poco de vértigo, pero las vistas desde lo alto y el tentempié de la tarde, granada con cebolla, nueces, chocolate y tés variados, mis colegas no reconocen la puntica de jengibre ni la hierbaluisa, devuelven las aguas a su cauce. Algunos han degustado café con canela añeja, y en sus tacitas de cubertería.

    La luz de noviembre acorta la ruta

    📍Consulte aquí la ruta ‘para expertos’ en Wikiloc

    Otra vez picos y valles. Ahora se oscurece un poco más, pero el sol en su retirada busca pequeños espacios para focalizar su luminosidad, que coexiste con los grises del atardecer, e impresiona un ambiente casi divino. Sin prisa, disfrutando de la tarde y la compañía, reanudamos. Con buen criterio, acortamos la previsión de llegar hasta el Paso del Estrecho, junto a la autovía, y descendemos entre pinos en busca del llano del Picorrón, por donde discurre el camino de vuelta a Casa de las Monjas. Y al punto de luz llegamos, sin necesidad de encender los frontales, que cabalgan con nosotros.

    Y ahora a celebrarlo. Hemos sido previsores y Llanos nos ha preparado su tortilla erótica y, cómo no, acompañada de higadillos y mollejas. Solo falta la traca final, hoy avivada por los acontecimientos recientes de “Solo sí es sí”, y la celebración del mundial en un país que no debiera ser recompensado por sus deficiencias y trasgresiones de los derechos humanos.

    Ha sido una tarde estupenda, aliñada, corta (6 km), y finalmente debatida. En buena compañía.

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