• El Apedreado, la ruta más breve e intensa

    En el senderismo hay rutas de más de 15 kilómetros que son un paseo y otras, como la de la cresta del Apedreado, en las que cuatro kilómetros acaban siendo toda una proeza capaz de dejar agujetas hasta en los dedos de las manos. Los andarines compartimos esta ruta con los lectores de Diario Sanitario no sin antes advertir que la bajada fue de órdago.

    Menos de cinco kilómetros sólo para expertos

    No era martes y trece, pero sí una romántica tarde de catorce de febrero. En esta ocasión, cuatro andarines, Terto, Manuel, Cesi y Dolores, es decir, El Bardo, La Brújula, La Buscabares y La Multimedia, cogieron la autovía, de Albacete a Murcia, para desviarse en Pinilla en busca de ‘El Apedreado’, un reto que teníamos pendiente algunas y que se veía tanto desde Balsaín como desde El Berrueco.

    Aunque presumimos de poner al mal tiempo buena cara, la tarde empezó tonta, porque perdimos una hora en buscar un atajo por caminos cortados, en lugar de coger directamente la carretera. Luego una de las andarinas recordaría que por el camino de Pinilla se llega a la Hoya de Santa Ana, pero esa es otra historia.

    Finalmente, una hora después de lo previsto, iniciamos desde el pie el ascenso a la cuerda del Apedreado, en una subida tranquila, sin sobresaltos, acompañados por el esparto, las impresionantes vistas, el suelo de piedra, de ahí el nombre del monte, y los restos de incendios pasados.

    Después de apenas dos kilómetros de cuerda, con momentos que obligaban a poner mil ojos al echar el pie, Manuel vio que restaban otros dos kilómetros para llegar al punto geodésico, lo que, con la luz cayendo, nos llevó a hacer un poco el cabra para alcanzar el punto de la merienda y emprender el descenso.

    Una bajada de infarto

    El fallo estuvo en que confiamos a Terto la ruta de bajada, senderista experimentado que no sabe lo que es el vértigo. Así fue cómo nos vimos casi en vertical, con el culo a tierra cual caracoles, arrastrándonos al tiempo que nos agarrábamos al esparto, y a lo que fuese, como si nos fuera la vida en ello. Cómo sería la bajada, que una de las andarinas se dejó la trasera del pantalón restregada en las piedras del camino.

    Ataques de pánico y vértigo a un lado, cuando vimos que habíamos llegado de noche no dábamos crédito ni a estar enteros ni a haber recorrido menos de cinco kilómetros. Sin embargo, El Apedreado sentará un antes y un después. Si bajamos por donde bajamos, no hay imposibles.

    En cuanto al final, qué menos que regresar a Albacete a celebrar la proeza, y hacerlo volviendo a nuestro nuevo descubrimiento, Amelie.

    Hasta el atardecer

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