• La llamada del ‘sirinyoku’ en Ontalafia

    Nueva propuesta senderista, en esta ocasión, la Sierra de Ontalafia, en Cerrolobo

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Me reincorporo al grupo andarín después de varias salidas fallidas. Estoy nervioso, casi excitado, siento la llamada del sirinyoku. Me toca recoger hoy a los habituales. Desde Albacete, por la autovía hasta Pozo Cañada, y salimos por la carretera de Pozohondo, hasta Cerro Lobo. El hombre brújula me ha estado esperando para repetir esta ruta que ya hicimos en 2016, la sierra de Ontalafia, entonces en compañía de nuestro amigo Juanjo. En las últimas salidas han estado calentando la zona con el Chortal y Campillo de Doblas.

    Desde Cerrolobo

    Aparcamos en Barrio Nuevo (Cerrolobo de Arriba), barriada bien conservada y dotada con abundantes bancos para que los caminantes podamos pertrecharnos cómodamente, mientras repasamos las recomendaciones recientemente publicadas en Diario Sanitario por una podóloga andarina respecto al calzado. Nos mostramos satisfechos con los nuestros. Es medio día e iniciamos la andadura de manga corta. Seguimos hasta Cerrolobo de Abajo y, tras el reconocimiento de casas con empaque, seguimos al sur por un camino junto a un pinar de ejemplares robustos y sanos que crecen en un terreno arenoso y de guijarral.

    Al pasar la mancha verde del Sestero del Pollo, donde hay un pequeño humedal de junquillo, seguimos un poco más y continuamos a la izquierda por un camino entre pinos que nos acerca a la base de la Sierra. Más allá, después de un bancal de almendros aún en flor, hay una balsa y una casa. Optamos por tirar a lo derecho hasta subir a la cuerda, desde donde seguiremos escalando picos, entre los 960 metros y los 1.071 metros. A estas alturas ya he podido comprobar que mis acompañantes están en forma, sin perder ripio ni comba, y que yo voy bien.

    Aunque es buena hora y tenemos apetito, esperamos a instalarnos cómodamente en la cumbre para sacar las merenderas. De momento, sólo pequeñas paradas para hidratarnos y contemplar lo que el paraje nos obsequia, acompañado de onomatopeyas y exclamaciones…¡guauuu!.

    En la vegetación de la zona abundan el pino, la retama, el romero florido, enebro, coscoja, carrasca, jara y tomillo muy oloroso. En la cara oeste crecen plantitas tiernas de gamones que muestran orgullosos sus varillas de San José. Y de cuando en cuando, algún enano nazareno. En la paleta los colores se reparten entre ocres y marrones chocolate de los barbechos a todas las intensidades de verdes de sembrados arbolados y monte bajo.

    Impresionantes vistas

    Una cuerda estrecha e irregular

    Además, la luz facilita el espectáculo, ocasionalmente destellos luminosos procedentes de lagunas y balsas. Vamos Identificando picos y montañas que, aunque difuminados, nos resultan familiares: Padrastro, Albarda, Roble, Castillo de las Peñas, Morra del Pozuelo, Cabeza de Mahoma, San Juan, y  otros más cercanos que requieren de reflexión, Berrueco, Calzada, Navajuelos, Abenuj, Madroño, Picayo, Sabina, Los Búhos. Y Campillo de las Doblas, Pozohondo, Chinchilla y Albacete.

    Continuamos por la cuerda en dirección al punto geodésico, por una superficie muy estrecha e irregular. De vez en cuando corre el viento. Solo una circunstancia nos contraria, una valla de alambre en el mismo espinazo de la sierra, algunos de cuyos tramos están caídos y nos complica el andar.

    Es la hora de comer. En los aledaños de un pino, en un sol y sombra nos instalamos, con vistas al mar. Hemos mantenido en secreto lo que traíamos, sólo estaban confirmadas las empanadillas de María Dolores. De las merenderas salen la tortilla de collejas, jugosa, que la tierna pareja ha recolectado y cocinado, los huevos fritos con crujientes de jamón, con los que las gallinas de la Tía Isabel nos han obsequiado, y tres variedades de vino tinto, garnacha, bobal, y uno de maceración carbónica de uvas devotas de la Santa Cruz. Nuevas onomatopeyas llenan el aire, “uuhhmmm”, como si estuviéramos celebrando el inicio de la primavera, o el reencuentro del núcleo duro, que requerirá de un poco de sesteo antes de continuar. Y es que hoy no tenemos ni chispa de prisa.

     Ahora estamos subiendo una morra, pequeñas porciones de arcilla avalan un pasado habitado. Y cúmulos de fina y oscura basura en abrigos y hondonadas también delatan habitantes más recientes que aunque se huelen no se dejan ver.  Y de pronto un olé dirigido hacia abajo a la derecha, la esperada laguna de Ontalafia. Está bien nutrida de agua y visitada por diversas especies de aves, entre las cuales hay una pequeña colonia de flamencos.

    Ontalafia
    Laguna de Ontalafia.

    Visualizamos flamencos en la Laguna de Ontalafia

    Está perimetrada de carrizo, ¿a qué me recuerda? y otras plantas endémicas. Finalmente nos instalamos en el punto geodésico para seguir la observación, aprovechando para tomarnos el té blanco de la tarde. Con los prismáticos seguimos la onda concéntrica de zambullidas de pequeñas aves, la estela del agitado correteo de otras y, hasta la coloración rosácea de los flamencos. En la aldea próxima a la laguna ladran los perros, tal vez conocedores de nuestra presencia. La luna casi llena se mira en la laguna.

    El sol se va distanciando de nosotros, y las mangas largas reaparecen en escena. Un poco más adelante, en un collado, empezamos a descender en busca de un pinar, que cruzaremos hasta dar con la carretera que une Abuzaderas con Cerrolobo. Algún culatazo sin importancia. Y las conversaciones emparejadas, de la escasez de animales, de la salud de los pinos, de explorar las amanitas en este terreno, de nuestros destinos vacacionales o de la próxima etapa.

    Otra vez en Barrio Nuevo, donde sorprendentemente varios lugareños pasean por las afueras, cogemos el coche y vía Abuzaderas, seguimos hasta Pozo Cañada para la cita con nuestra ración de higadillos y de tortilla erótica, siendo advertidos por Llanos de que próximamente estarán en la carta sus famosos caracoles. Han sido casi 9 kilómetros, en 4,30 horas y un desnivel acumulado de 350 metros. La llamada del sirinyoku ha sido respondida con deleite. Como no puede ser de otra manera en esta misión y compañía.

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